La explosión enterró a dos personas bajo la casa que habitaban
LUCÍA ENGUITA Tan sólo un frágil tabique y la acera, de un metro escaso de anchura, separaban el coche bomba que explosionó a, las 8.05 de ayer, en la calle de José Silva, de la casita baja que habitan Margarita González Mansilla y su marido, Agustín Mansilla Gómez. Ambos quedaron aplastados por los escombros, y todos sus enseres, a la intemperie. Pablo Martínez, un voluntario de Protección Civil de 19 años vecino de la zona, pudo ver a estas dos personas entre los cascotes.
Martínez presenció desde la terraza de su piso la explosión del coche bomba al paso del vehículo blindado de José María Aznar. "Oí una explosión muy fuerte y al momento vi a dos personas tiradas en el suelo". Ambas reposaban un momento antes en su vivienda.Tres horas después, hacia las once, el jefe del departamento de Protección a la Edificación, Fernando Macías, retiraba con su equipo de técnicos los cascotes de la casa: "Mira, aún se ven los enseres del dormitorio", señala ba con lástima. Macías, aunque estaba prácticamente seguro de que los ladrillos no escondían otro cuerpo, ordenó despejar de escombros la planta de la vivienda, ya declarada en ruina.
El alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, no pudo acudir al lugar del, atentado porque se encontraba en Málaga, en el funeral de su suegra, fallecida el martes pasado. Pero desde. allí hizo un llamamiento a la serenidad. Sí asistieron varios concejales del equipo de Gobierno municipal del PP. Entre ellos el de Policía Municipal, Carlos López Collado, así como los presidentes de los distritos de Salamanca, Ángel Larroca; Moncloa, Luis Molina, y Ciudad Lineal, Jorge Barbadillo.
En la clínica Belén, una maternidad, a la que fue llevado inicialmente Aznar, dos parturientas habían dado a luz minutos antes del bombazo. El doctor Luis Alberto Marín, que atendió al líder del PP, indicó que Aznar mantuvo la calma dentro de la tensión inevitable del momento, y que continuamente preguntaba por sus escoltas.
Los responsables de la clínica, al tiempo que mostraban las ventanas rotas de la planta baja y los suelos con restos de carpintería metálica, recalcaban que no había sido necesario evacuar a los internos: "Los bebés ni se han enterado", llegó a decir un portávoz para dar imagen de tranquilidad. Las deflagración se notó menos en las habitaciones de los pacientes, situadas hacia el interior,
La clínica facilitó en conferencia de prensa la identidad de las personas allí atendidas: "Todos tenían heridas por abrasión, salvo Juan Ramón de Hoyos Ojastro, con traumatismo cráneo encefálico", tranquilizaba el doctor Antonio Fresneda.
Joaquín Carrasco, de 41 años, acompañaba a las 8.00 horas a su mujer, ingresada en el centro médico. Recuerda que la puerta de la habitación se desprendió bruscamente del marco: "Fue un golpe seco, muy ruidoso". Nacho Zengotita, de 32 años, vio desde su balcón, a 200 metros del lugar del atentado, "un resplandor acojonante". Pensé que se desencadenaba una tormenta: "Pero un helicóptero, de la policía suspendido sobre la casa me hizo entender". Juan Antonio Miranda, de 54 años, acudía en ese momento al médico y también sintió "como si un rayo hubiese caído muy cerca".
La onda expansiva originada por el coche bomba fue muy amplia, ya que la deflagración tuvo lugar en una zona muy abierta. Fernando Macías, el arquitecto del Ayuntamiento de Madrid, dividió la zona en cuatro sectores para recopilar datos y evaluar daños. Macías destacaba asombrado que había restos de metralla en un cafetería situada al otro lado de la calle de Arturo Soria. El arquitecto certificaba que los dos inmuebles de planta baja correspondientes a los números 2 y 4 de la calle de José Silva son irrecuperables. Y que el palacete del 159 de Arturo Soria tiene destrozados en un 90% los forjados y marquetería.
La bomba ha afectado a 37 edificios, 126 viviendas, 16 locales comerciales y oficinas y 11 vehículos. El aspecto de algunos inmuebles era sorprendente: por ejemplo, el edificio de Almudena Seguros, (Arturo Soria, 153), cuya fachada; de cristal, quedó hecha añicos. Luis Ángel Hernández, director técnico de la aseguradora, de 51, años, se tiró al suelo antes siquiera de escuchar la explosión: la onda expansiva ya le alertó. Con un compañero se asomó a la calle, donde dos coches ardían y un motorista yacía en el suelo. El caos acababa de hacerse realidad en este barrio del noreste de Madrid, donde predominan las viviendas de lujo y oficinas.
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