Tortura 2
Recuerde el alma dormida aquellos recientes tiempos en los que los ministros del Interior ponían su mano en el fuego como prueba de su confianza de que en España había empezado a amanecer y se había dejado de torturar. Recientísimamente, un muchacho detenido en una redada de supuestos etarras o simpatizantes fue puesto en libertad sin fianza ni cargos y contó que le habían aplicado un hábil interrogatorio basado en ponerle bolsas de plástico en la cabeza para interrumpirle la respiración y le habían amenazado con violar a su novia, también detenida y puesta poco después en libertad. Cuando el chico estuvo en presencia del señor juez y le relató lo sucedido, el hombre justo entre los justos ni se inmutó. ¿Endurecida su alma por la frecuencia o malicia de estas revelaciones? ¿Acaso existe un pacto -científico, desde luego- sobre el límite de aplicaciones de bolsas de plástico y de amenazas sexuales? ¿Cuántas vejaciones tolera el pragmatismo del poder?
Lo cierto es que los nuevos insumisos sociales convocaron algunos actos recordatorios de la contemporaneidad de estas torturas y fueron muchos los asistentes, tantos como el silencio mediático. Los medios, al parecer, prefieren a los torturados desenterrados e insuficientemente desaparecidos por culpa de una cal escasamente viva. No les interesan los torturados que han vivido para contarlo porque son menos rentables y más culpabilizadores de la indiferencia colectiva. Los torturadores desenterrados llegan a ser irreales, y más si los forenses no pueden demostrar que hayan sido torturados, sin entrar en el misterio novelescamente negro de por qué se les secuestra en Bayona y se les mata en Alicante. Tan larga excursión para un tiro en la nuca. Tan largo camino sin un mal gesto. ¡Qué pulcra guerra sucia!
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