El malestar social en Francia favorece las expectativas de los partidos más extremistas
ENRIC GONZÁLEZ El electorado francés se define inequívocamente hacia la derecha. A seis días de la primera vuelta de las presidenciales, los candidatos conservadores suman más de un 60% de las intenciones de voto. Y, dentro del magma conservador, un fenómeno preocupante: el ultraderechista Jean-Marie Le Pen, líder del Frente Nacional, parece en condiciones de igualar, o incluso superar, los 4,3 millones de votos (14,3%) obtenidos en las anteriores elecciones presidenciales de 1988. Edouard Balladur, representante de la derecha moderada, pierde gas y tiene a Le Pen pisándole los talones en, los sondeos.
Los franceses están descontentos. Lo están con los dos septenatos del actual presidente François Mitterrand, especialmente el segundo, y eso favorece a la derecha -que ya arrasó en los comicios legislativos celebrados en 1993- y perjudica sensiblemente las posibilidades de Lionel Jospin, el candidato del Partido Socialista que arrastra un aura de perdedor.Igualmente, están en gran parte descontentos con el sistema político, que no ha sabido reaccionar ante el desempleo y la marginación. El malestar respecto al sistema da impulso, en la primera vuelta electoral al menos., a las candidaturas más contestatarias: comunistas (9,5%), trotskistas (5,5%), ecologistas de izquierda (2,5%) y neofascistas (13%).Las intenciones de voto a los candidatos que quieren cambiar radicalmente el sistema, sumadas, suponen un 30,5%. Casi un tercio del electorado. Nunca las formaciones tradicionalmente residuales habían afrontado la primera vuelta con tan buenas expectativas.Los comunistas, que fueron la primera formación de la izquierda hasta que Mitterrand refundó el actual Partido Socialista, aspiran a frenar su largo declive y a competir en representatividad con el PS.
Por el mismo malestar del electorado, los dos candidatos que superen la primera vuelta lo harán -siempre según un sondeo publicado ayer por Le Journal du Dimanche, el último permitido antes de la votación del día 23- con menos de la mitad de los votos.
En 1981 Valéry Giscard d'Estaing pasó con un 28,3%, y François Mitterrand, con un 25,8%: 54,1% en total. En 1988, Mitterrand obtuvo un 34,1%, y Jacques Chirac, un 19,9%: total, 54%.
El sondeo de ayer atribuía a Chirac un 26,5%, y a Lionel Jospin, un 20,5%: total, 47%. Como indicador de inquietud social, es también significativo un sondeo publicado el pasado martes por Le Monde, según el cual una amplia mayoría de los franceses (64%) quiere como presidente "un auténtico jefe, que ponga orden y mande". La misma encuesta atribuye a Jean-Marle le Pen un 13% de los votos, y un 16% a Balladur, pero las tendencias de ambos candidatos son inversas: al alza el primero, a la baja el segundo. Ello alimenta las especulaciones de que el líder ultraderechista llegue a alcanzar al actual primer ministro.Iniciativa
Quieren iniciativa, lo que ha faltado en los últimos siete años de un Mitterrand ególatra y envejecido, que no acertó con sus jefes de Gobierno: le faltó entendimiento con su viejo rival Michel Rocard (1988-1991), le faltó juicio en la elección de Edith Cresson (1991-1992), le faltó tiempo a Pierre Bérégovoy (1992-1993) y faltó de todo en el engañosamente plácido bienio de cohabitación con el conservador Édouard Balladur (1993-1995).
El gaullista Jacques Chirac es, en principio, quien mejor podría encajar en el perfil de ese presidente presuntamente ideal, con carácter de jefe y voluntad de cambio. Chirac encaja igualmente en la tendencia global hacia el conservadurismo político.
La gran paradoja es que, apelando a la derecha, los franceses parecen reclamar una política tradicionalmente de izquierdas: redistribución de rentas -incluso fijando un tope sobre los salarios más altos-, creación de empleo, integración social y mantenimiento del Estado del bienestar.
Para adaptarse a esa paradoja, Chirac ha invadido sin escrúpulos algún terreno tradicionalmente reservado a la izquierda: se dice a favor de las alzas salariales y de una política económica expansiva, y promete una reforma de la Seguridad Social, muy deficitaria, "sin reducción de prestaciones".
Jacques Chirac, adepto al thatcherismo más duro hace tan sólo 10 años, afirma haber "evolucionado ideológicamente" tras una "larga reflexión". Sus rivales ven en él más demagogia que reflexión. En cualquier caso, sin más programa que una ristra de promesas, Chirac se perfila como claro favorito en la primera vuelta: si los franceses quieren a un conservador con un discurso izquierdista y, sobre todo, cargado de preocupación social, ése es el alcalde de París.
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