Larba, un campo de batalla
Huellas de la guerra a 15 kilómetros de Argel, mientras la guerrilla integrista pide el diálogo sin soltar el fusil
La violencia ha estallado de nuevo en Larba. Un camión de cemento ardía ayer, poco antes del mediodía, en solitario, en medio de una carretera, no muy lejos de un campo de trigo, donde se yerguen los esqueletos calcinados de un vehículo pesado y de otro de viajeros. Son las huellas indelebles de una guerra, que enfrenta a un movimiento integrista armado fantasma con las fuerzas de seguridad, a menos de 30 kilómetros al sur de la capital argelina. Mientras, uno de los máximos líderes del ejército islámico pide negociar con el Gobierno.Este es el aspecto que tenía ayer la carretera que comunica el barrio de Los Ecaliptus, de Argel, con la población de Larba. Es una recta de más de 10 kilómetros, bordeada de árboles y jalonada por los restos de vehículos calcinados. En la mayoría de los casos se trata de camiones de empresas estatales, pero también hay cadáveres de furgonetas de transporte público que osaron violar una de las reglas sagradas de los integristas, que ordenan viajar por separado a los hombres de las mujeres.
El pasillo de asfalto desemboca en Larba, convertida en las últimas semanas en un campo de batalla, a pesar de los esfuerzos del Ejército y la gendarmería por controlar la zona y acabar con la presencia de la guerrilla integrista que, fortificada en las montañas, cercanas del Atlas de Blida, trata de infiltrarse en los barrios populares de Argel.
En Larba hay una guerra muda, sin testigos, sin partes oficiales, de la que nadie habla. Pero está ahí a la vista, en la entrada de la población, a la derecha, donde duerme acostado otro camión de cemento, quemado hace pocos días con una furgoneta, formando junto con montañas de basuras una enorme barricada. Tras ella se esconde un barrio dormitorio, que aparecía ayer por la mañana también muerto. Los soldados, con casco, traje ¿le campaña y fusil en ristre, patrullaba por los alrededores, no muy lejos de la comisaría de policía, vigilada por funcionarios de uniforme y de paisano y protegida, en- su fachada principal, por palos y ruedas.
Irse para no volver
"Nadie quiere ya vivir en Larba aseguraba un vecino que desde hace pocos meses se ha instalado en el centro de Argel, abandonando sus enseres y pertenencias en una ciudad a la que no piensa volver. Su apartamento de Latba, como los de Bugara y otras localidades vecinas de esta comarca de la Mitya, se venden a precio de saldo y cuestan menos que un vehículo de tercera mano.
En pleno centro de Larba, las fuerzas de seguridad han tomado la plaza del Ayuntamiento, han fortificado con sacos de arena la explanada y han convertido el quiosco de música en una atalaya. Desde allí vigilan el otro lado de la calle, donde deambulan los últimos náufragos. Son los supervivientes de una población a la que se considera hostil, compuesta en su mayoría por militantes y simpatizantes del integrista Frente Islámico de Salvación.
La vida agoniza poco a poco. Muchos comercios han ido cerrando sus puertas, ha desaparecido la venta de periódicos y la de cigarrillos. Son los síntomas claros del nuevo orden islámico que se ha ido filtrando por el tejido social de esta ciudad, que fue un importante núcleo campesino en la época colonial y que en las dos últimas décadas !e ha convertido en un suburbio de los suburbios. Es la primera parada del éxodo rural.
En Larba tampoco funcionan los teléfonos. Hace tiempo que la central fue dinamitada, y los cables, junto con los eléctricos., aparecen cortados al pie de la cuneta de las carreteras circundantes, no muy lejos de donde se encontraban ayer los controles del Ejército, que trataban de desviar a los camiones de cementos y alertarlos sobre la presencia, de comandos integristas en la zona.
Todo eso sucede, en las mismas puertas del Gran Argel, mientras se suceden los atentados en la capital y el máximo responsable del Ejército Islámico de Salvación (AIS), brazo armado del partido político FIS, se dirigía al Gobierno y se declaraba dispuesto a negociar "para llegar a una solución con el poder y poner fin a la guerra civil y salvar lo salvable".
"Elevamos de nuevo la voz para lanzar un llamamiento vibrante a aquellos que sostienen la religión, el pueblo y los intereses de la patria, para que reaccionen rápidamente para salvar lo salvable y cortar el camino a los destructores", clamaba Madani Mezrag, jefe del ejército del FIS, en un comunicado, re cogido por la prensa internacional. Este líder integrista, conocido como Mandarina, por su pelo de color rojo, es firme detractor de los sectores incontrolados del islamismo radical armado que tratan por cualquier medio sangriento. de llegar al poder. Madani Mezrag, de 35 años, oriundo de Jijel, al este de Argelia, y ex veterano de Afganistán, ha propuesto establecer entre sus seguidores un código de conducta con el que acotar la violencia.
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