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Tribuna:LA ESPERANZA DE LA DERECHA
Tribuna
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Larga marcha hacia el centro

"Ése no sirve porque tiene plomo franquista en el ala", le habría dicho el Rey a Fernández de la Mora a propósito de un López Rodó que, junto al pelmazo de Federico Silva, apareció en la foto fundacional de Alianza Popular arropando a Manuel Fraga, a quien ni siquiera la estancia en Londres había servido para quitar "el pelo de la dehesa". Por lo demás el confidente de este regio y franco parlar muestra ahora que no ya en las alas sino en el vientre llevaban aquellos siete magníficos plomo franquista. Así les fue.Porque lo que el electorado español tuvo claro desde el principio fue la necesidad de concentrar el voto en partidos situados no muy lejos, ni a derecha ni a izquierda, del punto central del espacio político. Desde 1977, y con muy pocos cambios en sus opciones políticas básicas aunque enormes en sus preferencias partidarias, el electorado ha enviado un permanente mensaje de moderación, hostil por igual al inmovilismo y a las rupturas. No han sido los electores los que han cambiado sino los partidos los que han tenido que modificar sus programas y sus líderes con objeto de, captar votos situados hacia, el centro de sus espacios naturales. Los que lo han hecho antes y mejor son los que se han llevado el gato al agua: en 1977 y 1979, Suárez y UCD; desde 1982, González y el PSOE.

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De un conjunto de tribus a un partido

Fraga, mientras tanto, se embarcó en un tumultuoso viaje que le llevaría de la A a la P con escala en la C. Cuando irrumpió con su Alianza, acompañado de aquel enjambre de franquistas irredentos, los electores lo percibieron en el extremo de la línea, con riesgo de salirse de ella y caer al abismo: le infligieron, pues, una severa derrota. Luego, cuando UCI) se disolvió en la nada, Fraga inició la estrategia de tapar la Alianza en la Coalición con pequeños grupos liberales y democristianos por ver si con ellos cubría la desertizada zona central. Tuvo mejor fortuna y llegó a pensar que había construido un sistema bipartidista, con un PSOE que engullía a los comunistas y una Coalición Popular que pasaba a ser "la oposición". Creyó, con candorosa ingenuidad, que era como el líder de la oposición al gobierno de Su Graciosa Majestad y que sólo quedaba esperar cuatro años para dar el brinco a la cabecera del banco azul.

Se comprende su rabia y decepción cuando aquel invento de la "mayoría natural" con el que quiso vender el gran hallazgo del bipartidismo cristalizó en su célebre techo. Por más esfuerzos que hizo por crecer y estirarse se dio tantos tropezones con el 25 por ciento que aquella cabeza en la que cabía el Estado comenzó a florecer de cardenales. Se había equivocado: el producto de las elecciones de 1982 no era un sistema bipartidista sino un sistema de partido dominante. Hubo que repasar a Sartori por ver si en su libro venía alguna fórmula para reequilibrarlo y proporcionarle el polo alternativo del que desde entonces carecía.

Traumática operación en la que quedaron girones del cuerpo original. Tampoco valía la C; era preciso pasar a la P. No más alianzas ni coaliciones: un partido, lo que se necesitaba era un partido. Miró a su alrededor y, tras el fiasco de aquel arrebatado populista que se trajo de Andalucía, eligió de tierras más frías a un probo funcionario del Estado. Y esta vez no se equivocó. A los tres años del Congreso de la refundación, el electorado situaba al PP en la zona 7 de la línea izquierda / derecha, tan cerca del centro como del extremo. En las elecciones del 93, Aznar horadó por fin el techo de Fraga. Sólo quedaba que el. otro polo comenzara a derretirse para que el ancho campo central enseñoreado por González empezara a cuartearse. Y en esas estamos: que Felipe González, dueño de una palabra gastada, no tenga más recurso que bajar del monte gritando ¡el lobo, el lobo, que viene el lobo! es la mejor prueba de que los electores no perciben en el PP a la gran derecha que fue su origen. Si las cosas siguen así, acabarán por conquistar todo el centro.

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