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De un conjunto de tribus a un partido

"En 1990 nos disputábamos las máquinas de escribir; hoy, cada responsable o empleado trabaja con su propio ordenador". La descripción de Génova, 13, la sede central del PP, por uno de los colaboradores del presidente del partido sirve de metáfora. José María Aznar ha construido una verdadera herramienta política.

Hace cinco años recibió un conglomerado de clanes y tribus girando en tomo al astro Manuel Fraga. Uno de los dirigentes que apostó por Aznar en 1989 recuerda los tiempos del patrón gallego. "Todo era él. Al margen de Fraga, en cuanto te dabas la vuelta ya había algún vecino de mesa dispuesto a empujarte o a apuñalarte. Imposible trabajar".

Aznar redujo el aparato, elefantiásico e inoperante, derivado de una agregación de pactos y equilibrios sucesivos. Suprimió las siete vicepresidencias, dejó en la mitad la ejecutiva y asignó responsabilidades a cada cargo directivo. Con el juego de equilibrios, suprimió también la idea de familias políticas internas.

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En dos cifras, el PP tiene hoy 897 sedes abiertas (380 más que en 1990). Los afiliados a 28 de febrero eran 438.976 (198.976 más). El partido, para subrayar la efemérides y como regalo de aniversario, pretendía llegar al medio millón redondo a finales de marzo. La evolución del voto queda reflejada en el gráfico adjunto.

Aznar se impuso la tarea, recuerda ahora, de sustituir las eternas querellas intestinas por un ejercicio de oposición eficaz. "Sin oposición", sostiene, "no hay alternativa". Su recuerdo coincide con las manifestaciones de hace cinco años.

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El juego consistía en abrirse al centro, pero no sólo. Para derrotar al PSOE "había que ocupar un espacio extremadamente amplio, al menos de momento; dentro de unos años, ya veremos". No se podía perder ni un voto por la derecha y había que ir integrando los regionalismos conservadores, que proliferaban como setas, con más fuerza cuanto mayor era la debilidad del PP.

Contó siempre con la sombra protectora de Fraga, que ya en 1990, al entregarle el testigo, proclamaba que lo hacía con la tranquilidad de la transmisión de la herencia "en una familia o una empresa". Los elogios envenenados a Fraga desde el Gobierno y el PSOE, cada vez que se advierte alguna diferencia de opinión entre él y Aznar -por ejemplo, a propósito del regreso a España de Luis Roldán- provocan en ambos risas telefónicamente compartidas. "Antes me llamaban franquista, y ahora, estadista", se mofa el presidente de la Xunta de Galicia.

No todo han sido momentos agradables. Los dos más duros, el caso Naseiro (presunto' cobro de comisiones ilegales para la financiación del partido) y el asesinato por ETA del líder de los populares en Guipúzcoa.

El primero le cogió en su primera gira electoral tras llegar a la presidencia, las autonómicas andaluzas de junio de 1990. Conferencia de prensa diaria, siempre con las mismas preguntas acerca del escándalo. Cuentan que estuvo a punto de venirse abajo.

Se recuperó gracias a otro de los rasgos de su carácter, la tenacidad implacable. "Y dimos la cara día tras día, abrimos una comision investigadora interna, pedimos otra en el Congreso... Nada que ver con el silencio interminable de Felipe González sobre Filesa", explican ahora en el partido.

El asesinato de Ordóñez, en enero pasado, fue un mazazo inesperado. Durante horas, tras conocer la noticia, camino de San Sebastián, Aznar no despegó los labios. Miraba al infinito. Quizá buscaba la fuerza interior para poder seguir adelante y no llorar en público.

Ahora, interpreta así aquellos dos malos» momentos: "En junio de 1990 se intentó abortar el camino que habíamos emprendido. En enero pasado recibimos un mensaje de los terroristas al futuro Gobierno de España. Y fue un mensaje terrible".

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