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Programa, programa, programa

Picasso comentaba que una especie de geniecillo era el de positario del espíritu de la vanguardia. Su misión consistía en visitar de forma periódica a los pintores y quedarse con ellos e inspirarlos durante algún tiempo. La importancia de cada uno en la historia de la pintura habría de depender de la duración de esa estancia. De algún modo eso mismo sucede con los políticos y, en ese caso, pocos dudarán que el geniecillo ha abierto desde hace tiempo la puerta de la casa de Felipe González con el propósito decidido de ausentarse. Con la puerta entreabierta, sin embargo, se ha producido una situación que podría ser descrita con una metáfora literaria. Gabriel García Márquez ha contado que al empezar a escribir Cien años de soledad redactó una primera frase: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Lo que le ocurrió a continuación fue que quedó pensativo y se dijo algo que lleva meses pensando el sufrido ciudadano español sin por ello tener aspiraciones al Nobel: "¿Y ahora qué carajo sigue?". El crecimiento exponencial de los escándalos que se enroscan y desenroscan sobre sí mismos como una hiedra crea un interrogante se mejante en el español que abre su periódico cada mañana. A veces de la indignación se pasa al simple fastidio y eso no es precisamente una mejora. En este panorama habrá de reconocerse que el recuerdo dedicado por Aznar al que fue su programa electoral en las pasadas elecciones nos introduce en otro campo que por lo menos tiene la esperanza de resultar de alguna utilidad, pues lo malo de ese espectáculo habitual consiste en que su acompañamiento es la pérdida de tiempo en minucias procesales de interés diminuto. Sólo después de esta constatación es posible hacer otros juicios acerca de las propuestas del líder de la derecha. Es obvio, por ejemplo, que carece de la chispa imaginativa del publicitario que ha imaginado la campaña del Wonderbra. No es menos evidente que su propuesta es de derechas, pero es que esa es la única posibilidad real en el panorama político español presente. Julio Anguita oculta, en realidad con su famosa cantinela -"programa, programa, programa"- nada más que su pertenencia a otra galaxia (en eso tiene toda la razón el presidente). Y, en fin, cosa bien diferente es el programa y la voluntad o capacidad de. llevarlo a cabo.

Pero, dicho todo esto, habrá de reconocerse que sacar a relucir el programa propio tiene ventajas para todos. Así se descubre en cuestiones concretas como, por ejemplo, la reforma del sistema político, la más decisiva del panorama español actual (y no la situación económica). Lo propuesto por Aznar supone en parte una rectificación -en lo que se refiere a la composición del Consejo del Poder Judicial- y en parte tiene también alguna idea nueva respecto de la ley electoral o la financiación de los partidos, aunque su timidez hace pensar en que serán insuficientes. La profesionalización de la Administración parece una obviedad y en cuanto al número de. altos cargos a suprimir recuerda el texto de Jardiel Poncela ("Pero ¿hubo alguna vez diez mil vírgenes?"), pero el Gobierno actual ha nombrado Embajadores de España a quien tenía en su currículo tan. sólo haber sido PNN. Sin duda el conjunto parece un tanto tímido, pero en este terreno la oposición se encuentra en un punto de partida mucho mejor que el Gobierno. Éste prometió elaborar una nueva ley de partidos, pero la espiral de escándalos le ha dejado en la peor situación para hacer el cambio del cambio en materia política. Por citar sólo un ejemplo: hay sospechas de utilización de fondos reservados (es decir, de nuestros impuestos) para el enriquecimiento personal, pero uno de los que han podido tolerarlo, el señor Barrionuevo, cuenta para defenderse con el apoyo económico de su partido (es decir, de nuestros impuestos).

Pero lo importante, como digo, no es éso sino la posibilidad de discutir a fondo una alternativa global. Bien hará Aznar en mantenerse en ese terreno y no el estéril acogotamiento del adversario porque lo que le sigue faltando es ser visualizado como presidente. Y todos saldremos beneficiados de ese debate en vez de perdernos en los vericuetos seguidos por los papeles de Laos.

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