Acusan a la mujer y al chófer del crimen de Fermín Canales
La confianza mató a Fermín Canales, empresario de 60 años. Cinco martillazos en la cabeza mientras dormía la siesta en su despacho. Le machacó el cráneo, según la policía, su guardaespaldas, chófer y hombre de confianza, Florencio G., de 35 años, a quien movían los susurros de la propia esposa de Canales, Sara, de 49, encolerizada por el "derroche" de su marido. "Sólo un susto", había pedido ella, pero acabó con un cadáver semidesnudo en el número de 1 de la calle de Quintana (Moncloa). Fue la tarde del 28 de febrero. El pasado jueves, Sara y Florencio, la esposa y el escolta, fueron arrestados bajo la acusación de asesinato. Diez días antes Fermín Canales había sido enterrado con lágrimas de los detenidos en su pueblo de Zaragoza.
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"Me pasé", dijo el escolta a la esposa con el martillo ensangrentado
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La reconstrucción policial del crimen se inicia en las Islas Baleares con el argentino Florencio G. buscando por las playas a mujeres a las que esquilmar. Viudas, separadas o solteras caían en sus redes. Una tunda, según la policía, era el adiós. Esto ocurría hace más de dos años.
En septiembre del año pasado Florencio recaló por Madrid. Coincidió por casualidad con los recién casados Sara y Fermín Canales, boyante fundador de plásticos El Pilar y propietario de una agencia inmobiliaria. La pareja buscaba piso. Florencio, tras presentarse como David, médico y espía de una embajada, ganó su confianza. Era su especialidad. Pronto se convirtió en la mano derecha de Fermín. Y pronto supo de sus desavenencias conyugales. La esposa le pidió este año que le diese un "susto" a su marido, a quien acusaba de vida disipada, de robarle. Florencio hizo su trabajo.
El 28 de febrero Sara y Fermín, después de comer en un restaurante, se encaminaron a la vivienda de la calle de Quintana (Moncloa). Fermín se acostó. Sara llamó a Florencio por teléfono y le facilitó la entrada en el piso. Cuando el antiguo gigoló cruzó, siempre según la policía, el umbral de la habitación donde descansaba Fermín Canales, Sara ya estaba camino del chalé de Galapagar. Allí se encontró por la noche con el guardaespaldas. "Me he pasado", le contó Florencio, al tiempo que le entregaba un martillo ensangrentado. Al día siguiente, Sara fingió el horror de descubrir a su marido asesinado. No mucho después, ante la presión policial, Florencio le devolvería el Rolex que había robado a Fermín.
Las sospechas policiales saltaron, cuando el portero declaró que el día del crimen vio a la esposa salir del edificio. La falta de signos de violencia o de robo en la casa -de puerta blindada- apuntalaron la hipótesis de que el homicida era alguien del entorno de la víctima. La confirmación llegó cuando los agentes descubrieron que Sara y Florencio se habían reunido la víspera del crimen. La mujer, al ser detenida, confesó que, desde el homicidio, Florencio la amenazaba.
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