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EL 'CASO LASA Y ZABALA'

El forense de Alicante se negó a enterrar los cuerpos porque estaba seguro de que "había algo muy gordo"

Antonio Brú Brotons, médico forense de Alicante desde 1955 hasta 1992, ha cumplido con su misión tres años después de jubilarse. El celo profesional de este hombre dé 68 años ha posibilitado a la policía resolver uno de los casos más extraños, investigado y archivado por falta de pruebas hace ahora una década. Antonio Brú realizó la primera autopsia a los dos esqueletos que aparecieron en enero de 1985 en una partida rural de la localidad de Busot (Alicante), sepultados bajo 50 kilos, de cal viva. Desde el principio, supo que se encontraba ante el caso "más apasionante" de su carrera profesional por la imposibilidad, entonces, de descubrir la identidad de los fallecidos, lo que le movió a procurar y conseguir, que los cuerpos no fueran enterrados en todo este tiempo, a pesar de que el juez que instruyó el caso ordenó la sepultura.

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Profesional y constante, el forense se retiró con una espinita clavada: los dos únicos cuerpos sin identificar en toda su carrera. "Siempre he creído que detrás de esto había algo muy gordo, he mantenido la preocupación por la identificación y he procurado que no fueran enterrados porque algún día sabríamos algo", relató ayer en su domicilio de Alicante.Ese día ha llegado con la inequívoca identificación de los cadáveres, que corresponden a los presuntos etarras José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, secuestrados en octubre de 1983 por los GAL, según reivindicó entonces la organización.

El médico, angustiado por la presión de los medios informativos, relata una y otra vez cómo discurrieron los acontecimientos, que todavía recuerda a la perfección. Cúando el magistrado ordenó el levantamiento de los cadáveres -reducidos a restos óseos por el paso del tiempo y la acción del óxido de calcio-, él se los llevó al depósito del cementerio municipal para realizar la autopsia.

La causa de ambas muertes estaba perfectamente, clara: politraumatismo craneal. Uno de los cuerpos, además, presentaba impacto de bala a la altura de la nuca. Fue rematado. "Con el segundo cuerpo no pude dictaminar lo mismo porque tenía el cráneo muy polifragmentado, y por mala fortuna el fragmento que tendría él impacto no cayó en mis manos", comenta con frialdad después de 37 años de profesión a cuestas.

Trabajó con aquellos restos seis tardes seguidas, aun después de entregar el informe. "Profesionalmente era un caso apasionante, y siempre me ha gustado hacer bien mi trabajo". Apreció, y así lo hizo constar en su informe, que los dos hombres había sido torturados antes de morir. "No estaban atados, pero tenían arrancadas las uñas de las manos y los pies".

El golpe que recibieron en la cabeza fue asestado con la misma arma y de la misma forma, y fue "suficiente" para acabar con sus vidas. Fallecieron unos dos años antes de ser encontrados, y el resto de los cuerpos no presentaba fracturas.

Papel y bolígrafo

"Fue imposible la identificación, pero siempre mantuve la convicción de que los restos acabarían en el Instituto Anatómico Forense, de que algún día se llegaría a saber quiénes eran". A ratos, Antonio Brú se mostraba ayer desconfiado. "No sé si puedo decir muchas cosas por si el sumario está bajo secreto". Optó por limitarse a responder preguntas concretas. "Usted pregunte y no intente sacar nada de mi cosecha", advirtió.

Como es habitual cuando a un forense se le presentan restos humanos reducidos a esqueletos, en aquella ocasión Brú cubrió una ficha con los datos odontológicos apreciados. "Yo fui forense de papel y bolígrafo", señala. Hoy, el estudio de las dentaduras ha sido clave para la identificación.

Es el primer caso de conservación de restos en un depósito durante tanto tiempo. Lo habituales que sean enterrados en fosas comunes o en tierra, y trasladados posteriormente a un osario, en cuyo caso se pierde su pista para siempre. Ése era el destino de estos esqueletos, pero el celo profesional de Antonio Brú lo evitó. "No lo olvidé nunca, y cuando un policía me llamó hace un mes le dije que sabía dónde estaban". Ahí empezó el principio del fin que llevó a la identificación.

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