La boda
EN TIEMPOS de zozobras y malos humores, nada tan explicable como el deseo de la gente de participar, de una u otra forma, en un acontecimiento feliz. La boda de la infanta Elena y Jaime de Marichalar, celebrada ayer en Sevilla, cumplía todos los requisitos para ello. Son las primeras nupcias reales en España en 89 años y una buena ocasión para expresar el respeto y afecto de que gozan el Rey y su familia entre los españoles. Respeto y afecto que se deben sobre todo al escrupuloso cumplimiento de sus deberes con la Constitución y su probado compromiso con la democracia.Durante las ya casi dos décadas de reinado, la sobriedad y la profesionalidad han distinguido a la Casa Real española de otras sumidas constantemente en el escándalo y la excentricidad. Sus miembros son conscientes de que en ello descansa buena parte de su popularidad y de la solidez de la institución.
Mantener la sobriedad en un acto semejante, con el inevitable carácter representativo e institucional de la boda de la hija mayor del Rey, es difícil. Y más en el incomparable marco histórico-artístico y humano de Sevilla. Los sevillanos tienen vocación de fiesta, y por eso su bella ciudad era el escenario, con coro y público incluidos, que el día precisaba. Ahora que ha pasado el feliz acontecimiento, recuperemos cierta sobriedad. Mesura en todo y para todos, enhorabuena a la Casa Real y mucha felicidad para el nuevo matrimonio.
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