El 'factoide' nupcial
Julio Anguita, que es uno de los pocos y buenos conservadores que quedan en España, había dicho que todo esto era exagerado. Falta hace un obispo de los pobres, aunque sea laico. Sin embargo, en la sociedad del espectáculo, los conceptos de austeridad y despilfarro pueden llegar a ser contradictorios, insuficientes para entender lo que pasa. Lo que vivimos ayer fue la producción de lo que Ugo Volli, en su ecología semiótica, llama un factoide.¿Qué es un factoide? Pues, literalmente, un hechazo, un acontecimiento que entra en la categoría de lo histórico y que es unánimemente asumido como tal sin que a veces se sepa muy bien el porqué. Un país que no produzca factoides es un país sin futuro. Pueden generarse factoides negativos, con disparates, escándalos, guerras y cosas así, pero ésa es una industria ruinosa. Hay demasiada competencia. Una boda real no parece entrar desde luego en la categoría de los factoides destructivos.
Bien al contrario. Exagerando un poco, como es menester en estos casos, nunca antes la televisión en España, y en particular TVE 1, había actuado con tan plena conciencia de industria nacional. Y nunca antes se había producido, en nuestra sociedad mediática, una simbiosis tan perfecta y creativa entre Tradición y Mundo Virtual.
Un poeta futurista sin complejos, al estilo de Marinetti, diría que el altar mayor de la catedral de Sevilla era un alto horno, la catedral una cabecera y toda la ciudad una factoría a pleno rendimiento. No se producían toneladas de acero sino de imágenes nupciales. En la gestación del factoide, jugó un papel fundamental el gigantismo de los medios, kilómetros de cables, centenares de focos, cámaras en cada esquina, y la idea preconcebida del Gran Público Universal. Sevilla, en efecto, fue un inmenso plató, donde todo, hasta los nombres de los caballos, adquiría un significado. En la boda de Carlos V y la bellísima Isabel de Portugal se echaron miles de sevillanos a las calles. Pero los que lo hicieron ayer eran conscientes de representar también un papel de extras, de pueblo actor, de operarios activos en la producción del factoide.
Y todo el mundo hizo de mejor actor de sí mismo. Los que ocupaban la catedral podrían ser mirados, a la forma convencional y antigua, como un grupo de privilegiados. Pero la otra mirada, la más humana, es decir, la televisiva, permite verlos como figuras de un reparto que se expone al público en un escenario. Actores. condenados a encarnar un personaje. Por ejemplo, genial Carlos de Gales en su papel de Carlos de Gáles, con su soledad de chaqué gris, mirando el reloj, como si se hubiese ausentado por un rato del club Pickwick. Y por un momento, con los debidos respetos parecía que sólo Marlon Brando lo haría mejor que el arzobispo Amigo con esa bendición: "¡Que vean los hijo de sus hijos y que sus días discurran en paz!".
Las bodas suelen ser imaginadas como una película por sus protagonistas y de ahí que el vídeo haya sido incorporado con tanta naturalidad como exceso, de manera que hasta graban a los invitados peleando con los, langostinos. La boda de la infanta Elena, siendo una boda de verdad, fue imaginada como una película, rodada como una película y vista y exportada como una película. Pilar Miró aprovechó la oportunidad. Hizo una buena ficción con la realidad y hasta voló con la cámara y se deslizó por el retablo aprovechando las piezas musicales que una guionista de lujo, la Reina, había seleccionado.
Desde la ficción, con los presupuestos actuales, sería imposible una boda así. No daría ni para pamelas. ¿Y dónde se encuentra un pueblo de extras como el de Sevilla?
Así que nunca la Corona había sido tan rentable, desde el punto de vista de la nueva industria. Además, una vez que vean el vídeo, la película de su boda, a los novios no les quedará más remedio que ser felices.
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