150.000 sevillanos arroparon con sus palmas a los recién casados en su paseo por Sevilla
PATRICIA GÓMEZ Tres mil metros de palmas y delirio. Ése fue el primer regalo de casados para la Infanta y Jaime de Marichalar, y el premio a la espera de los 150.000 sevillanos, según fuentes de la policía, que aguantaron horas a pie firme para ver pasar a los esposos por las calles de Sevilla. A las dos de la tarde, con un sol que licuaba el asfalto, los recién casados salieron de la catedral por la puerta de Palos y subieron a la carretela para empaparse del calor de los ciudadanos durante los tres kilómetros de recorrido. Un estruendo les dio la bienvenida a su salida a la calle, repicaron las campanas y se rompieron las palmas para acompasarse al paso de los caballos en su camino hasta la cercana parroquia del Salvador.
Allí, en el templo más hermoso de Sevilla, la Infanta dejó su ramo de novia como ofrenda ante el Cristo de Pasión, la talla de Martínez Montañés que está sobre la tumba de los bisabuelos de la novia, los infantes Carlos de Borbón y Luisa Francisca de Orleáns. La ovación cerrada a la entrada y salida del templo y el sentimiento de una Salve rociera desbordaron la emoción de doña Elena. Su esposo, al notarlo, intentó confortarla con una caricia en la mejilla.Finalizado el rito religioso en la catedral, el pueblo había tomado el testigo. La bulla abarrotaba la calle Alemanes, la avenida de la Constitución, y las plazas de San Francisco y El Salvador, piropeando a los novios, dando palmas y. agitando los abanicos y periódicos con los que minutos antes intentaban darse aire. Doña Elena y Jaime de Marichalar respondían al entusiasmo saludando desde la carretela, escoltada por una docena de jinetes de la Guardía Real en uniforme de gala. La Infanta, emocionada, pero con el control suficiente para mantener la cadencia pausada de quien es experto en estas lides. Su esposo, que empezó el trayecto moviendo la mano con mucho brío, bajó sensiblemente el ritmo del saludo en el camino de vuelta.
Los mejores puestos en la plaza de San Francisco estaban tomados desde primeras horas de la mañana. La gente entretenía la espera con el tapeo en los bares que estaban abiertos, la radio, las fotos para el recuerdo y, sobre todo, charlando, con el vecino junto a las vallas; forradas de carmesí. "A mí el que me gusta es el hermano de Marichalar. Total, tengo dos años menos que la Jurado...", decía Carmelita Santana, de Lepe, 78 años arropados por un mantón negro bordado en dorado. "Me lo ha traído mi hijo del Japón, y me lo he puesto para que se me vea, porque yo he sido muy guapa y he tenido los ojos más bonitos de Lepe aunque ahora los tenga como el culo de un pollo".
Y se reían con ella otras dos Cármenes y Amparo, tres amigas sevillanas que habían dejado la comida hecha y el marido en casa para ver la boda. En su lista de preferencias sobre los reales visitantes, una vencedora clara: la Reina -"tan sencilla y tan señora"-, seguida del Príncipe. Y de los de aquí, "ese pedazo de arzobispo, tan bien hecho y tan bien rematao y con ese pico de oro". Y una decepción: que haya venido Carlos de Inglaterra en lugar de Lady Di. Algunas lipotimias, un niño perdido y muchos pies doloridos fueron los únicos incidentes de la espera.
Regreso a los Reales Alcázares
Volvían los novios, con la Infanta ya recompuesta, de la iglesia del Salvador, y otra vez las carreras, los vítores y los gritos de "¡guapa!" de vuelta por la Avenida de la Constitución, adornada con los gallardetes que tanto han gustado a algunos y que otros encuentran demasiado medievales. La carretela acortó el recorrido y no pasó por la Puerta de Serez, como estaba previsto, lo que provocó el enfado del público allí apostado. La pareja entró por la Puerta del León a los Reales Alcázares, en cuyo patio de la Montería le esperaban los 1.300 invitados para empezar el banquete.
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