El clima
Seco, soleado y, sin embargo, tormentoso. No sé si será por aquello de que ya no llueve nunca, pero lo cierto es que el ambiente está sucio, cargado de palabras como dardos, de acusaciones gritadas, de condenas instantáneas, de insultos cruza dos de improperios que ocupan el lugar de los argumentos y las razones. El aire está enrarecido. 'La política como espectáculo agresivo que se representa para que un público ausente lo vea y oiga sustituye a la política como acción de gobierno criticada por oponentes en un debate racional celebrado en el foro donde el pueblo está presente porque está representado. El auge de este modo de practicar la política es, quizá, consecuencia de la coexistencia de, al menos, tres factores: el crecimiento de la llamada "sociedad mediática", la estrategia de la campaña electoral permanente y el abandono del Parlamento como lugar donde se busca con palabras dialogadas la razón que convenza.
La batalla se da en los medios d6comunicación. La prensa informa menos y opina cada vez más. Las tertulias radiofónicas y televisivas transmiten ocurrencias improvisadas de tertulianos competentes en todas las materias imaginables.
Las entrevistas buscan, con frecuencia por ambas partes, la frase mordaz y la contestación sarcástica a lo que otro ha dicho en otra entrevista. Las palabras, y no las cosas o los hechos, constituyen el objeto de comentario y el motor que impulsa una noria imparable y decadente que es preciso impulsar con nuevos improperios o condenas escandalosas.
Con la rapidez del relámpago se pasa de la sospecha al indicio, de éstos a la acusación, que se convierte al instante en condena y en desafío provocador invitando al condenado a que se querelle. La noticia del almuerzo de los tres ministros del Interior, dos de ellos, claro es, excedentes, dio lugar a un comentario exactamente en estos asombrosos términos.
En ese contexto, donde lo que vale más son las palabras hostiles, están condenadas al fracaso1as que procuran el acercamiento de posturas o el levantamiento de puentes entre puntos que se suponen cercanos. Así, un manifiesto que ofrece mediación pacífica y apaciguadora entre fuerzas de la izquierda ha sido recibido con desdén por una parte de sus destinatarios, como si de un papel ingenuo de también ingenuos redactores y firmantes se, tratará, compañeros de viaje tal vez, no se sabe bien de qué viajero.
Un periodismo apocalíptico transmite gozoso la noticia que va a producir escándalo y alarma, a la vez que casi oculta la generadora de satisfacción, la que tranquilizaría al ciudadano. Entre la petición de un suplicatorio y el desmantelamiento de uno o dos comandos de ETA, está claro quién se lleva las cuatro columnas en la primera página. No obstante, la noticia de que la Sala Segunda del Tribunal Supremo ha decidido no pedir el suplicatorio en cuestión no mereció el mismo despliegue informativo.
Por otra parte, si fuera detenido Luis Roldán, hipótesis absurda, pues sabido es que elGobierno no lo intenta porque no le interesa, según se nos ha venido informando, este tipo de periodistas agoreros serían capaces de convertir tan excelente noticia en hecho inconfesable o en indicio de torpes colusiones.
El conjunto de estos y otros muchos ejemplos aludidos genera, porque lo busca, un clima de alarma y hostilidad. El adversario político, y lo son casi todos para quien en cada caso habla, es tenido como "hóstes", como recordaba en esta misma página Fernando Morán hace poco, con la consabida cita de Carl Schmitt. La versión hispánica de la dialéctica amigo-enemigo consiste en reducir al mínimo el número de los primeros y convertir en miembros involuntarios y pasivos del segundo término a todos los demás, evitando el reconocimiento de los dubitativos, los indecisos y los que rechazan alternativas simplistas entre lo blanco y lo negro. Es decir, en el espectáculo se procura el alineamiento apasionado del espectador y se radicalizan las opciones. En la política hablada del insulto y la condena no caben términos ecuánimes ni posturas de equilibrio y, en ese sentido, de centro. Si esta política destructiva y radicalizadora que los habladores protagonizan y los medios amplifican, no sé si porque les entusiasma el invento y les gusta ese clima o porque les resulta rentable el encargo, prosperara, el país habría dado un salto atrás en el túnel del tiempo.
La estrategia de la campaña electoral permanente es, por fatigosa, equivocada. Es imposible correr una distancia de 1.500 metros a la velocidad del corredor de 100 o 200. Faltará aliento al final, porque el final se ha colocado casi al principio. Pero es fatigosa esa estrategia también para el espectador, salvo acaso para el adicto apasionado, porque tampoco es posible mantener el clímax, la máxima tensión previa al desenlace, desde la primera escena del primer acto o desde el primer fotograma. El espectador se cansa.
El Parlamento, las Cortes Generales, son, deben ser, plataformas deliberantes, lugares donde quienes representan a otros se alían o se enfrentan entre sí procurando convencer o convencerse. Una dosis de agresividad parece inevitable, puesto que de hombres y no ángeles hablamos y de intereses en conflicto e ideas contrapuestas se trata y hay que tratar. Ocurre que en nuestras Cámaras se trabaja y mucho, se legisla mucho y se práctica también mucho el debate técnico y racional e n las comisiones y en otros lugares discretos de encuentro. Pero eso no. se ve casi, porque predomina en unos la intención de ocultar ese tipo de política positiva y porque, otros no aciertan a atraer hacia ella la atención de los ciudadanos. Sólo parece que cuenten, pues eso es lo que con frecuencia, cuando no de forma exclusiva, se transmite, los minutos de enfrentamiento entre líderes, las frases hirientes, la esgrima entre ingeniosa y mordaz que en ocasiones se convierte en dura violencia verbal. Y aunque eso es, no es todo. Pero sucede que lo positivo, la elaboración de leyes, no interesa o interesa, muy poco. Los medios de comunicación, los políticos habladores y los tertulianos prefieren el clima árido, el duelo verbal cuanto más destructivo mejor, y entre unos y otros la imagen del Parlamento se desprestigia y el contenido principal de su función, las leyes, pasa casi desapercibido.
Pienso que este espectáculo empieza a cansar. A la larga no puede prosperar una política en la que importa más lo que se ha dicho que lo que se ha hecho o lo que se quiere hacer. Con ella los políticos corren el riesgo de distanciarse de los ciudadanos, que no siempre quieren ser tratados como espectadores, sino que pueden quejarse de no ser tratados como sujetos interesados, conscientes y razonables. Menos insultos y más razones. Menos sospechas y más datos. En un clima tan agresivo acaso los políticos se acostumbran a respirar, pero no los ciudadanos. Quizá al principio del, espectáculo pudieran divertirse, pero siempre lo mismo produce saturación, aburrimiento y desinterés.
Si, se avecinan tiempos de cambios en los titulares del poder político hay que vivirlos con naturalidad y no en un clima agónico. Nadie debe intentar destruir a nadie, porque esto no es una guerra, sino cabalmente la sustitución de la violencia por un tipo de artificios consistentes en reglas formales de procedimiento, urnas y votos. La democracia española comenzó en un clima de distensión y entusiasmo que no podía durar hasta el final de los tiempos porque, pasados los constituyentes, el consenso tenía que ser en parte sustituido por la confrontación de intereses. Pero urge resucitar, en cuanto sea posible, y lo es en alta dosis, un clima de respeto mutuo, de discusión sin desprecio a las personas, de menos insultos, menos acusaciones y menos condenas apresuradas. Y ello no sólo por cuestión de principios propios y respeto a derechos ajenos, sino también en atención a un cálculo pragmático: el ciudadano se está cansando de este clima. Tiene ganas de respirar un aire algo más limpio y más fresco. Quien acierte a cambiar el clima, ganará votos, porque a nadie le gusta vivir en perpetúa tormenta.
Hace pocos días he estado en Oviedo. Llovía. Paseé debajo de un paraguas por las calles, rincones y correderas de Vetusta. El suelo y el aire estaban limpios. Fue un paseo delicioso.
He observado que cuando llueve mansamente la gente habla, a media voz, quizá para poder oír la lluvia, grita menos y conversa más. ¿Será que el clima atmosférico influye en el social? Como es bien sabido, Montesquieu dedicó el Libro XIV del Esprit al análisis de la relación de la naturaleza del clima con las leyes de cada pueblo. Él creía en la poderosa influencia del clima. Un amigo mío, asturiano por cierto, también. Yo no estoy tan seguro, porque creo que en esta sociedad de asfalto, televisión y ordenadores nos hemos distanciado demasiado de la naturaleza. Pero a lo mejor Montesquieu y mi amigo asturiano tienen razón. En todo caso hace falta que llueva. Que cambie el clima.
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