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Reportaje:

Gitanos en el bloque

Casos de convivencia entre familias payas y calés realojadas en pisos

O un piso conviviendo con payos o una casa baja en un poblado sólo para gitanos. Ésa es la disyuntiva que se plantean el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid para el traslado a viviendas dignas de las 900 familias, la mayoría gitanas, censadas por el Consorcio para el Realojamiento de la Población Marginada y que aún siguen en favelas.El consorcio propone no crear nuevos asentamientos aparte de los que ya existen y primar el traslado a pisos de altura, que facilitan la integración. Esta medida tiene sus problemas: reticencias vecinales, urgencias urbanísticas, disponibilidad de pisos -ya que se intenta no realojar a más de un 10% de familias gitanas por bloque-, o cierta costumbre de algunos chabolistas que prefieren vivir en casa baja.

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Pero, mientras políticos y trabajadores sociales debaten, hay ya 1.000 familias ex chabolistas del consorcio, la mayoría gitanas, que viven en pisos sociales, compartiendo escalera con familias payas de condición humilde. Las situaciones son diversas.

No los cambiaría". Lumbrales, 11, en Vallecas Villa, es una corrala bien avenida. A este bloque de pisos sociales municipales llegaron hace cinco meses los Silva Jiménez, tres familias chabolistas gitanas de Vicálvaro. Censados en 1986 por el consorcio, esperaban desde hace años la concesión de un piso social de alquiler. "Nosotros preferimos vivir entre payos que sólo entre gitanos", aseguraban entonces y ahora. Pero cuando llegó la ansiada mudanza comenzaron a ponerse algo nerviosos. "¿Cómo nos acogerán los nuevos vecinos?", se preguntaban.

No eran los únicos inquietos. María Ángeles Granjo, una vallecana de 28 años, también se preocupó cuando, al ir a limpiar su nueva casa de Lumbrales, comprobó que en la puerta contigua y en las de enfrente vivían ya los Silva Jiménez. "Los gitanos tienen tan mala fama que, la verdad, pensé: vaya lo que tengo al lado", explica con sinceridad.

"Ahora no los cambiaría, por otros vecinos, son gente servicial y respetuosa, y eso lo opinamos todos los residentes", asegura. En pocos días, los sospechosos se convirtieron en personas respetables, y La Gitana comenzó a ser la señora Carmen.

"Aquí estamos muy bien y la casa es muy soleada y espaciosa", explica Carmen Jiménez, de 53 años, que comparte vivienda con su esposo Sidonio, de 59, dos hijos solteros de 19 y 28 años y otro casado de 17 años con su mujer. Pagan 15.650 pesetas de alquiler. La familia se dedica al chatarreo y a la venta ambulante de cazadoras y de pequeños electrodomésticos.

Lumbrales, 11 es un patio de vecinos abarrotado de niños, ya que, además dejos Silva Jiménez, sus habitantes son parejas jóvenes procedentes de casas deterioradas de Vallecas. "Alguna vez ha habido algún problema con las trastadas de los críos, pero hablando lo hemos arreglado", aseguran. Todos desean mantener la buena convivencia que ahora tienen.

Situación difícil. En Sonseca, 14 (Carabanchel), un bloque con cuatro escaleras en las que viven una docena de antiguas familias chabolistas, payas y gitanas, la convivencia es más difícil. Hace cuatro años, varios vecinos, todos payos y algunos procedentes de barriadas como el Pozo del Huevo o Las Modulares, enviaron una carta al consorcio explicando que les resultaba muy difícil la convivencia con una de las cuatro familias gitanas. Les acusaban de tener el patio de vecinos monopolizado y de llenarlo de las cajas de zapatos que venden en los mercadillos, de armar mucho ruido, y, a la madre de familia, de mostrar una actitud amenazante cada vez que alguien le replicaba algo. Aseguran que desde entonces la situación ha cambiado muy poco, pero que se han resignado.

La familia señalada con el dedo por el vecindario, formada por un matrimonio, sus nueve hijos y la esposa de uno de ellos y procedente de Las Modulares de la avenida de Guadalajara (San Blas), afirma, sin embargo, mantener buenas relaciones con los otros residentes. "Al principio algunos recogieron firmas para que nos fuéramos, pero eso es porque no nos conocían" asegura Julia, la madre. "Nosotros queremos vivir así, en un piso, no en casas bajas", concluyen.

"Tienen muchos niños". Orovilla, 38 es un nuevo bloque de pisos sociales construido en el Espinillo (Villaverde). En él verano del 94 fueron realojados en él dos familias gitanas procedentes de las chabolas de Los Focos (San Blas) y de Torregrosa (Villaverde).

El día de la mudanza, numerosos parientes de los segundos abarrotaban el portal. Dulce, la primera vecina trasladada a este vecindario desde la barriada de Las Carolinas (Usera), se quedó de piedra al ver tanta gente. Al principio hubo algunos problemas de adaptación por parte de una de estas familias. "Tienen muchos niños y se pasaban el día llamando por el portero automático, organizaban mucho jaleo y a veces se ponían a comer en el portal", comentan los vecinos. "Pero todo se resolvió hablando con ellos, y ahora, la única trifulca la tenemos con una familia paya que se niega a pagar la comunidad", explica.

Emilio Silva, de 27 años, y Adelaida Fernández, de Los Focos, forman, con sus dos niñas, una de las dos familias gitanas del bloque. Su convivencia con el resto del vecindario es buena. Emilio está muy contento en el piso. "Esto es vida y no la chabola, donde te limpiabas los zapatos y no te duraban aseados ni 10 minutos".

Pero a Adelaida, vivir en un tercer piso se le hace cuesta arriba acostumbrada a estar a pie de calle. "Me cuesta adaptarme, explica taciturna. "En Los Focos tenía más relación con los vecinos, aquí me siento encerrada", se queja. Su marido la observa escéptico: "Hay que ver, es que hay personas que no saben apreciar las cosas". "Aquí pagas 12.000 pesetas de alquiler, pero las niñas están limpias, no jugando en medio del barro y la basura", concluye.

Ayudada por todos. Dos portales más allá, en Orovilla 42, vive Manoli, una sevillana de 55 años cuyo marido ejerce de presidente provisional del bloque, aún medio vacío. El Ayuntamiento le adjudicó este piso, ya que vivía en una diminuta y precaria casa baja en el Parque de Europa (Aluche). Nunca había pisado un poblado gitano, hasta que, en mayo de 1994, llegaron a su bloque dos familias procedentes del poblado calé de Torregrosa (Villaverde). Con una de ellas, formada por Consuelo Fernández, una viuda de 35 años y sus tres hijos, ha trabado una buena amistad y un día le llevaron a tomar un café al prefabricado de unos parientes en Torregrosa.

Las buenas relaciones entre los presidentes de la finca y esta viuda ha hecho que sea ella la que limpie la escalera a cambio de un dinero que le pagan entre todos y que le viene muy bien.

El piso de Consuelo está muy limpio, pero apenas hay muebles. "Hace dos años, antes de que muriera mi marido teníamos ilusión en que nos concedieran un piso de alquiler, pero ahora, si no me llegan a empujar los asistentes del consorcio yo seguiría en el prefabricado, porque allí la renta era de 2.000 pesetas y ahora, sin ingresos, tengo que pagar 20.000", asegura esta mujer que lleva dos años de luto riguroso. "Estoy buscando trabajo para limpiar escaleras a ver si salimos adelante", concluye.

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