'Gore'madirileño
Al ministro de la Presidencia no le ha quedado más remedio que reconocerlo. Una información periodística, aspirante sin duda al Premio Pulitzer, descubrió el pastel. El Gobierno, agotada la vía fútbol y toros, intenta, hasta ahora impunemente, otros métodos para desviar la atención del pueblo hacia asuntos menos escabrosos que el GAL, Roldán, la crisis económica o la familia Guerra. Según el periódico anteriormente no citado, su última artimaña consistía en recomendar a las televisiones la emisión de películas de terror. Rubalcaba no lo niega, sino que desvela que la intención del Gobierno era aún más concreta. Quieren cine gore en nuestros televisores. ¡Qué mala leche!Según el ministro, su denominación de origen (la del gore) es gallega, cosa que no vamos a discutir a estas alturas, y más siendo Rubalcaba de corazón tan blanco. Pero dejando esta cuestión al margen, lo que no admite debate es que Madrid es una de las mejores ciudades del mundo para proveer a cualquier guionista imaginativo de infinidad de historias que tendrían cabida en esta subdivisión del cine fantástico y de terror, con casquería diversa incluida. Sin ninguna dificultad se pueden encontrar en nuestra capital historias y escenarios, que son parte fundamental del pasado, presente y futuro de este género. No hace falta nada más que percatarse de la gran similitud entre alguno de los últimos grandes éxitos cinematográficos y experiencias cercanas a sucesos acontecidos en nuestra villa. Tenemos, por ejemplo, Pesadilla en Príncipe de Vergara, esquina a Juan `Bravo, a 100 metros de la clínica Nuestra Señora del Rosario, versión corregida y aumentada de Pesadilla en Elm Street. Un enfermo muere a las puertas de una clínica sin que nadie salga a prestarle ayuda. Cualquier avispado guionista conseguiría que el espíritu del fallecido jurase venganza, y vuelve, al cabo de poco tiempo, al lugar de los hechos, sembrando el terror en el hospital. Y qué me dicen de Paseando a Amedo, versión siniestra de Paseando a miss Daysy. La entrañable anciana es sustituida por un personaje sin escrúpulos, condenado a tropecientos años de cárcel, y que por avatares de la vida acaba campando a sus anchas por la ciudad. El adorable chófer se convierte en una comitiva de protección que las pasa canutas para seguir un ritmo de vida vertiginoso. Para darle la necesaria dosis de violencia, en sucesivos flash-backs que sufre el protagonista entre comida, cena y copas varias, recuerda sucesos anteriores de su vida, sólo soportables para estómagos a prueba de bomba, y nunca mejor dicho. Sobran las explicaciones en Un día de furia madrileña. El papel de Michael Douglas lo interpreta un oficinista, J. M. M., que en mitad de un atasco infernal en Moncloa la emprende a golpes con su raqueta de paddle. Al final, después de una persecución trepidante, se persona en la Plaza Mayor, donde escucha el pregón de Carnaval de Bertín Osborne. Es la gota que colma el vaso de su paciencia. Se produce toda la carnicería necesaria en este tipo de cine y la peli acaba con el protagonista tirándose por el puente de Segovia. Dentro del gore deportivo tenernos Los tres mosqueteros blancos. Cogiendo como base la elegante lucha presidencial recientemente celebrada, un Quentin Tarantino cualquiera logra que el trío MendozaPérez-Pintado se convierta en Bruce Willis, Stallone y Arnold S., lo que abre todo un abanico de situaciones violentas, eso sí, respetando los diálogos originales, difícilmente superables en poca educación y peor gusto. Para el personaje de J. M. García nadie mejor que Danny De Vito. La peli acaba con una lucha a muerte en el palco narrada en directo por De Vito mientras se disputa un partido de liga.
Hay más, muchas más. Esto no es más que una pequeña reivindicación del fundamental papel que juega y jugará Madrid en la historia gore. Con todos los respetos para Galicia, en cuestiones terroríficas, donde esté Madrid, que se quite lo demás.
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