Obsesión
Lo peor es que han terminado por obsesionarme. Recuerdo que en los años finales del franquismo, harta de acudir a asambleas y de aguantarme el pavor cuando participaba en las manifestaciones ilegales (siempre fui muy miedica), soñaba con un tiempo de normalidad y democracia en el cual pudiera desentenderme de la política, que me parecía una actividad plúmbea y poco vital, muy alejada del núcleo más caliente de la existencia.Pues bien, ahora me siento un poco de ese modo, atrapada en la mugre de estas postrimerías del socialismo, obligada a pensar y hablar y escribir siempre del consabido tema (el GAL y etcétera), cuando en realidad lo que una desearía es ocupar la mente en otras cosas de mayor enjundia, como, por ejemplo, reflexionar sobre el tipo de amor que una busca y que una ofrece, o intentar parecerte más a ti misma que a la mirada que de ti tienen los otros, o resignarte a esa rara tendencia al desplome que manifiestan tus nalgas bajo la acción conjunta de la fuerza de la gravedad y de los años, asuntos todos ellos, en suma, de auténtica y honda relevancia para la vida. Pero no, no puedo desengancharme de la pesadilla política y me despierto cada mañana temiendo enterarme de la última pifia: qué habrán hecho hoy, qué nuevo general o intelectual o delincuente o jurista se habrán sacado de la manga, en qué nueva campaña de intoxicación estaremos metidos. La última estrategia consiste en repetir que no son sólo, ellos los guarros, sino todos; que la corrupción y los usos mafiosos estaban y están en UCD, en el PP, en todos los gobiernos de todos los países; que la suciedad es, en suma, consustancial con la vida, lo normal. Triste alegato para un partido que empezó gestionando cien años de honestidad. Intento olvidarme de este horror (de este dolor) pero no puedo.
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