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Manifiesto

Enrique Gil Calvo

El reciente manifiesto de las bases de IU y PSOE, solicitando la unión de la izquierda, parece estar siendo bien recibido, hasta el punto, de que cunde una cierta sensación de alivio, como si fuese algo que se estaba haciendo necesario desde hacía tiempo y que por fin ha llegado, cuando las cosas empezaban a ir ya demasiado lejos. Lo cual bien puede ser una muestra de cansancio ante la parálisis política causada por el caso GAL. Pero la reacción provocada por el manifiesto parece ir más allá de la mera protesta por la división de la izquierda, como si se plantease además la posibilidad de hacer examen de conciencia y volver a empezar de nuevo, si es que aún no es tarde para la izquierda y se abre todavía una segunda oportunidad. ¿Existe la posibilidad de algún acuerdo entre los dos partidos de la izquierda? Así parecen desearlo sus bases sociales, cuyo sueño sería que semejante final feliz pudiera cerrar esta etapa suicida. Incluso existe un precedente, como es la unidad de acción sindical que logró Gutiérrez superando el viejo enfrentamiento entre Camacho y Redondo, lo que podría conducirle a liderar en el futuro la superación del actual enfrentamiento personal entre González y Anguita. ¿Pero resultaría objetivamente posible que ese final feliz reclamado por el manifiesto se hiciera hoy realidad? Cabe dudarlo seriamente, pues las cúpulas de IU y el PSOE no podrían asumir la unión ni aunque lo deseasen sinceramente, cosa de la que cabe dudar. Y ello no sólo por razones personales, dada la incompatibilidad entre González y Anguita, sino sobre todo por su propia correlación de fuerzas, ya que unirse exigiría a ambos partidos traicionar sus respectivas estrategias.

En efecto, el manifiesto es un balón de oxígeno para el PSOE, ya que supone un implícito indulto anticipado para las acusaciones que se le formulan (financiación ilegal, fondos reservados, encubrimiento del terrorismo parapolicial, etcétera); y esto nunca podría aceptarlo la cúpula actual de IU, cuya única estrategia descansa sobre la denuncia de la ilegitimidad gubernamental. Pero, al mismo tiempo, el manifiesto también implica un explícito aval del programa de IU, cuyo deficitario keynesianismo es incompatible con la política de ajuste a la que se ha comprometido el Gobierno con sus socios de mayoría parlamentaria.

Pero es que, además, podría sostenerse que ese final feliz para la izquierda no sólo no puede producirse sino que además tampoco debe producirse. Y no me refiero ahora a lo apuntado por tantos analistas que avanzan su temor por lo que pudiera ocurrir si nuestro país se vuelve a dividir en dos mitades enfrentadas, como sucedería si se reconstruyese una gran izquierda social-comunista (temor que no comparto porque la historia no se repite, y si el voto mayoritario así lo decide será porque tal posibilidad ya no parezca temible); sino a lo injusto que sería que la izquierda saliese indemne del callejón sin salida en que se ha metido por su propia responsabilidad: su presente final trágico es el precio a pagar por sus pasadas, manos sucias.

La izquierda española debe purgar sus culpas. No sólo es que le convenga una travesía del desierto para purificarse y renacer. Es que, además, no se ha merecido un final feliz al que no tiene derecho. ¿Cuáles son los pecados cometidos? Los del PSOE son obvios pero los del PCE e IU no son menores, dada su compra de un puesto al sol en la escena política mediante la escalada retórica de un radicalismo puramente demagógico e inviable, sólo destinado a explotar la credulidad del votante menos informado. Y los electores de base tampoco parecemos mejores, al creernos con derecho a criticar a nuestros representantes mientras nos beneficiamos sin rubor de toda esta etapa de panem et circenses (o escenografía y subvenciones) disfrutada desde 1982, con crecimiento de la protección social y blindaje público del empleo a costa del bloqueo de la integración juvenil y del ingente déficit público que vamos a legar a nuestros sucesores. De ahí que no vayamos a tener mejor final que el que entre todos nos hemos merecido con creces.

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