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Tribuna
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Sin rumbo fijo

Desde que en 1989 rescató de la ruina el proyecto político que Fraga jamás pudo poner en pie, José María Aznar ha recorrido un largo camino hasta llegar a las puertas de un electorado liberal, de centro, curioso por saber lo que guarda dentro el líder popular. Una y otra vez, sin embargo, basta que abra la boca e intente explicarse para que la expectación que rodea su figura se desvanezca y la curiosidad acabe con un decepcionado ¿ah, era eso?La decepción tiene que ver, desde luego, con el propio personaje, pero sería un error pensar que sus evidentes limitaciones, o sus reiterados fracasos en el cuerpo a cuerpo, sean la única causa de ese desaliento que invade a oyentes de radio, espectadores de televisión o lectores en casa después de oír, ver o leer lo que. tiene que decir el líder popular. Más allá de Aznar, el problema del centro-derecha español radica en la dificultad de presentar un proyecto que se aleje de lo que nuestra derecha ha sido históricamente sin desplazarse tanto hacia el centro que vaya a caer de bruces en el territorio marcado desde hace años por los grandes lobos del socialismo. Dicho de otra forma: el problema radica en construir en España un partido conservador que asimile, con un liberalismo al que por su origen es ajeno, la sustancia de una política socialdemócrata.

Porque, cuando la historia cumpla su trabajo de sedimentación, se comprobará que Felipe González ha debido su éxito a su habilidad para administrar la misma mezcla de liberalismo y socialdemocracia que sirvió de base al gran pacto político y social de la posguerra en Europa. La original anomalía del caso español consistió en que, a falta de liberales en los años 60, y ante el hundimiento del centro-derecha a comienzos de los 80, los socialistas se quedaron solos para desarrollar esa política liberal/ socialdemócrata sobre la que se han construido todos los Estados de la Unión Europea. Es a ella a lo que se debe la más larga estabilidad de nuestra historia constitucional y el reiterado apoyo prestado al PSOE por un electorado interclasista, no tan estúpido como. para votar una y otra vez contra sus propios intereses.Frente a esta mezcla de liberalismo y socialdemocracia, Aznar no puede ofrecer un programa conservador a la española porque, además de enajenarse el favor de amplios sectores sociales y ganar la hostilidad de los sindicatos, arrojaría del Estado a los nacionalismos catalán y vasco. Pero tampoco puede tirar más de la cuerda hacia el centro sin riesgo de que vayan al suelo algunos de los que le ayudaron a iniciar su marcha hacia el poder. Ante ese dilema, prefiere salirse por la tangente prometiendo abstracciones del tipo de regenerar el país, hacer que España avance, salir de la crisis, remediar el paro, aumentar las pensiones, reducir los impuestos, mantener los gastos militares. Todo muy edificante pero muy hueco y un tanto aburrido: dicho en cinco minutos todavía quedan otros 25 para repetir una y otra vez la misma cantinela dando un rodeo por los cerros de Úbeda, o contando un mal chiste, con tal de no aclarar cómo se puede prometer al mismo tiempo una cosa y su contraria.

Pero lo contradictorio de las propuestas no es nada si se compara con lo errático de las estrategias. Para contentar al público que demanda sangre, Aznar pronuncia su célebre "váyase usted, señor González", pero después retrocede y hace ademán de estar abierto a algún pacto; promete no tomar nunca más café con su adversario y acepta luego una visita de tapadillo; vocifera con los GAL y después sugiere arreglar el asunto; amenaza con una segunda transición y tranquiliza a renglón seguido con una promesa de continuidad. Sin rumbo fijo, su nave va dando tumbos ante el desánimo de sus posibles electores, convencidos de que todavía le queda mucho que aprender y resignados a que la actual situación perdure aunque no fuera más que por ver si el líder de la oposición, mientras tanto, se aclara.

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