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La acústica de la muerte

El aislacionismo emerge como el nuevo movimiento de la música ambiental

La atracción del abismo; la fascinación del vacío. La creciente evanescencia de lo social y la exasperación de lo individual está produciendo una nueva clase de música. Una música que convoca hacia un universo de pérdida donde se, escucha con claridad la amenaza de una catástrofe inminente o el zumbido postrero de una hecatombe que ha sucedido un momento anterior. A este movimiento se le llama isolationism (aislacionismo), y ya cuenta con representantes estelares: Pete Namlock, The Irresitible Force, Future Sound of London, Biosphere, The Orb. Grupos norteamericanos y británicos que alistan también a desencantados del rock (Main, Final, Scorn, Disco Inferno, E. A. R.) y a músicos experimentales como Zoviet France, Thomas Koner y Jim O'Rourke.Hace poco, en Inglaterra, con el patrocinio del crítico Kevin Martin, este trío, junto a 13 compositores, editó un álbum con el nombre de la tendencia, Isolationism, que ocupa un lugar destacado en la lista de los grandes éxitos de la firma Virgin en el Reino Unido. Con una ironía implícita, el disco ocupa ese lugar incluido en una serie titulada A short history of ambient, cuando lo que esa música propugna no es otra cosa que la descomposición de cualquier ámbito y la disolución en la pureza de una muerte que no reconoce alrededor.

Desde la inocencia

La confusión procede de las evocaciones que este abrazo a la nada hace de la antigua new age. La new age, sin embargo, es optimista y utópica, y si invita a la relajación es para lograr, mediante el abatimiento de resistencias, la integración en una colectividad superior.

El isolationism (aislacionismo) no es ajeno a la felicidad. O, al menos, a una clase de felicidad freudiana. Pero ésta dista mucho de parecerse a la pacificación. Es, directamente, la inmersión en la inquietud y la soledad. No hay dulzura en los tonos del aislacionismo, sino, por el contrario, la ácida sustancia del miedo asumido como única opción.

Antes del aislacionismo existía el ambientalismo, la música medioambiental de Eno acompañando los actos de la vida diaria. Después, con el mismo Eno y su álbum On land, llegó la música psicogeográfica, una alusión real o imaginaria al paisaje inocente. Hasta ese momento, la imaginación, la naturaleza y sus metáforas seguían cumpliendo una función de útero donde ampararse. En los últimos cuatro años, tanto en Europa como en Estados Unidos las últimas versiones de lo que se ha llamado tecnoambiente han evolucionado, no obstante, hacia la frialdad. Con el aislacionismo, se hielan las esperanzas de salvación: social, comunitaria, ecológica. Una estética de la condenación en la que se escuchan campanas de duelo, silencios, vibraciones de guitarras procesadas o sombras de gongs, sustituye a la luminosa calma que procuraba la new age.

Mientras la atmósfera del tecnoambiente es melodiosa y recuerda a veces la serenidad de la música programa o el ingenuismo de las cajas de música, las percusiones del aislacionismo fomentan la desazón. Una emoción de pánico contenido frente a un mal que ha impuesto su máxima fortaleza. Toop, crítico y compositor a la vez, ha escrito que parte de esta música refleja "la sensación del horror inespecífico que cada uno siente cuando piensa en su vida, en el mundo o en el futuro", y este séntimiento no está desprovisto de seducción. Ni de contemporaneidad. Frente a la meseta mística u orgásmica que procuraba la tecnomúsica o la calma de la música ambiente, el aislacionismo induce a la disociación, la desorientación, la belleza de la nada. En vez de propuestas utópicas hay afirmaciones entrópicas. No hay más allá social, natural, trasnatural, sino un infierno individual donde el auditorio se quema silenciosamente, uno a uno.

El aislacionismo depura todos los significados de humanidad o de colectividad que ha propagado la música pop en cualquiera de sus versiones. Thomas Koner ha grabado una serie de álbumes inspirados en la Antártida como elección de un ámbito donde todo es ya un inmenso vacío. El desierto, las grutas subterráneas, los planetas abstractos, la tierra posapocalíptica, son el motivo de sus inspiraciones. El común denominador del aislacionismo, ha escrito Simon Reynolds en Art-forum, es la hostilidad del espacio a la vida humana.

El rock ha creado siempre a lo largo de su vida múltiples ocasiones de asociación desde las que se hacía frente a la atomización social. El aislacionismo confirma el actual descrédito de la solidaridad que patrocina el retorno conservador en la economía o la política, y es, además, moderno porque no cree en ninguna redención. Es nuevo, pero no aspira a ser vanguardista. Las vanguardias vivían la ansiedad de transformar lo existente, se proponían cambiar el mundo y sacudir la postración de las masas.

El aislacionismo no confía en salvación artística ni política alguna, en un último grado es la expresión acústica del deseo de muerte. Una estética de la desaparición que bautizaría con gusto Paul Virilio y que señala, como un timbal electrónico, el silencio ideológico de estos tiempos.

Inmersos en el asfalto

Algunos locales de Nueva York han ganado la reputación de experimentar con la música ambiente, desde aquella que recuerda la musique concrète y la elektronische musik de los años sesenta hasta las salmodias de los monjes tibetanos o la abusiva cadencia repetitiva de los Joujouka marroquíes. Lalandia, Thel Abstract Lunch y Electric Loung Machine llegaron a ser los más famosos de estos locales. Sus sucesores, Molecular en el East Village (FFWD) en el Lower East Side y Chiaroscuro, en el distrito donde se almacena carne, son ahora los centros de la acústica conceptual. En Chiaroscuro, una luz espectral produce de inmediato un corte entre el adentro y el afuera, y, lo que es más relevante, una suspensión en la que están abolidas las referencias temporales.En esa cosmología líquida donde se tiende a la disolución, el sonido es también una sustancia sin centro, amorfa y envolvente como un magma que siempre estuvo allí y no anuncia su término. En su interior se escuchan los sonidos de la especie: jadeos, pasos de peatones, murmullos, alarmas de despertadores, rumores de fotocopiadoras y faxes, portazos, fragores del metro, disparos, sonsonetes de la radio o la televisión, lamentos. La humanidad se representa troceada en estas huellas acústicas que flotan sin destino ni articulación. Los asistentes se descorporalizan en una esquizofrenia múltiple donde, extraviada la barrera. del sentido, se ingresa en una doble y sucesiva transparencia. El género humano se trasmuta en fragmentos de antimatería y la ciudad se evapora. Todo ha desaparecido, con serena inquietud, en una mágica escultura sin espíritu.

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