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Aires de la Moncloa

La fábrica de Gal estaba en la Moncloa, que era por entonces, en los días de mi primera infancia, un destartalado solar donde medraban merenderos y tómbolas a la ominosa sombra del Ministerio del Aire con sus torres falsamente herrerianas. Si la memoria no me engaña, la fábrica de jabones y perfumes ocupaba uno de los ángulos de lo que hoy es el complejo Galaxia, en cuya cafetería le reunieron los conspiradores de un compló militar contra la democracia que adoptó para la historia tan estratosférico nombre, a pesar de sus cortos vuelos, abortados afortunadamente en el despegue. Yo siempre imaginé a los militares conspiradores maniobrando sobre las mesas con tazas, platillos, vasos y medianoches de jamón como si fueran divisiones de blindados a la toma del poder. Finalizada la maniobra con éxito, los coroneles y comandantes engullirían con satisfacción los simbólicos canapés. El de anchoa, que representaba el Parlamento, y aquí, estos boquerones en vinagre como fuerzas adictas a la Constitución. Un par de regüeldos y a otra cosa.En mis tiempos de Universidad, urbanizada la Moncloa para canalizar la! correrías estudiantiles, deambulaban y se mezclaban con los universitarios rebeldes los espías de la policía política, aprendices de esbirro a sueldo de la Brigada Político Social, que trataban de disimular, con mayor o menor fortuna, su condición de tales para hacerse pasar por fieles adeptos al marxismo en cualquiera de sus variantes. No dudo que los más hábiles de aquellos sicarios, que aprendían su oficio en la delación de sus compañeros más incautos, llegaran a trepar a los puestos más altos de su escalafón. Quizás entre aquellos sociales de ingrato recuerdo se encuentren hoy algunos responsables de la criminal chapuza de los GAL. Otros, como el tristemente célebre Sánchez Pacheco, alias Billy el Niño, buscaron aires más saludables en la transición y emigraron a ultramar para asesorar a presuntas empresas de seguridad o a grupos policiales o parapoliciales. El ramo de la seguridad absorbió más tarde a algunos excedentes del cuerpo, expertos en pinchar teléfonos y malmeterse en las vidas ajenas, provistos de frágiles coartadas que les relacionaban con hipotéticos montajes de los servicios de inteligencia y contrainteligencia, aportando utilísimos métodos policíacos y tecnología punta a diversas mafias empresariales y políticas. Pero quizás los más hábiles, los más dotados discípulos formados en la policía franquista, fueron los que han llegado, en la cima de su carrera, antes de despeñarse, a cobrar de la fantástica ubre de los fondos reservados, del magnífico bote de la lotería clandestina del Estado.

Hoy apenas sobreviven en los aledaños de la Moncloa algunos de aquellos establecimientos: tascas y cafés donde los conspiradores universitarios se reunían a preparar asambleas y manifestaciones, bajando la voz y cambiando ostensiblemente de temas cuando se acercaba a su mesa un individuo sospechoso, que en muchos casos no era sino un inocente estudiante que por su corte de pelo, su vestimenta o su conversación se hacía sospechoso de ser un infiltrado de la policía. Burgers, pizzerias, taquerías y kebabs sustituyeron a los cafés y a las tabernas de la Moncloa. Son locales incómodos e indiscretos para cualquier clase de conspiración, donde se come rápido y se habla poco, establecimientos a la medida de un tiempo en el que los universitarios ya no conspiran.

Es posible que, al cabo de los años, antiguos conspiradores universitarios y ex sicarios de la Brigada Político Social hayan acabado por coincidir del mismo lado de la mesa, al servicio de, la misma y oscura causa. Los primeros, transmutados en fieles servidores del partido de gobierno, premiados o castigados, nunca se sabe, con un puesto de confianza en el Ministerio del Interior o en el aparato partidario; los segundos, inmutables en su tradicional oficio de policías. Todos por fin unidos en una misma conjura, todos con un sobresueldo de los fondos reservados y quizás con magníficas Opciones para hacer negocios inmobiliarios en Miami o chanchullos financieros en Suiza.

En las sinuosas tramas del asunto GAL puede que se hayan reconciliado viejos antagonistas de los días de la Universidad, estudiantes y policías, y que al reencontrarse en tan distintas circunstancias hayan recordado sus años jóvenes, sin rencores ni cuentas pendientes. Por fin todos del mismo lado, todos policías, todos en la misma brigada.

Un terremoto de excavadoras lleva interminables meses socavando los cimientos de la Moncloa, que es, hoy por hoy, un inmenso cráter. La excusa es la habitual: túnel y aparcamiento subterráneo, pero hay quien sospecha que en esa zanja monumental se trata de enterrar para siempre un incómodo fragmento de nuestra memoria histórica más reciente.

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