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Independientes en política

Todo este largo periodo de gobierno socialista habrá servido, al menos, para replantear casi todos los problemas de las democracias de nuestro tiempo. Uno de ellos, y no'el menor, es el del lugar de los independientes en la acción política institucional. Los socialistas, cuando caen en la cuenta de su aislamiento, invitan a prestigiosas personalidades a incorporarse al Parlamento o a entrar en el Gobierno. Casi siempre, como de nuevo pone en evidencia ese peñascazo lanzado por Pérez Mariño a las ya movidas aguas por las que discurre el pacto entre el PSOE y CiU, con mala fortuna final para los interesados y con desprestigio para los mismos socialistas.Independiente se dice de aquél que, por haber adquirido cierta relevancia pública, es llamado por los dirigentes de un partido a participar en la actividad política institucional, aun sin pertenecer o, más exactamente, por no pertenecer a ningún partido. El independiente suele ser un intelectual que se ha ganado cierto prestigio por el desempeño de una cátedra, su actividad de publicista, su obra artística o, de manera abrumadora, la titularidad de un juzgado. No cualquiera puede aspirar a la condición de independiente; para serlo, es preciso haberse labrado lo que antes se decía un nombre.

Pero quien se labra un nombre en un arte o en una profesión difícilmente puede aceptar la exigencia de organización y disciplina sin la que es impensable la acción política. Es independiente porque está des/organizado y es in/ disciplinado, porque todo lo que es lo debe a su trabajo o a su genio individual, no a una organización que le haya servido de estímulo o cobijo. Nada de extraño, pues, que cuando el independiente entra, siempre por arriba, en política quiera mantener su voz individual, libre de los vínculos que constituyen una organización partidaria. Un independiente pasará por todo, excepto por la renuncia a su propia voz, a la voz sobre la que ha construido su propio personaje.

De ahí que la presencia de independientes en el Parlamento o en el Gobierno oculte una contradicción y acabe habitualmente en el "no es eso, no es eso" orteguiano. La contradicción radica en que ha saltado al Parlamento gracias a que un partido lo ha incluido en sus listas, pero una vez llegado, quiere hablar como si estuviera allí por su único y exclusivo mérito personal. Para un independiente, la única ética posible, la ética a la que debe su nombre, la del trabajo personal, de fidelidad a las exigencias de su profesión, es la ética de la convicción: dice lo que piensa, porque en decirlo le va, con el prestigio de su posición, su propio ser. No sería independiente si no actuara así, si por su boca hablara un partido.Pero el filósofo que aspira a educar al príncipe, el intelectual ilustrado que pretende convertirse en consejero áulico del déspota han pasado a la historia. En democracia, la única práctica política posible es la conquista de mayorías; ya no hay otra forma de hacer política que ésa. Y construir una mayoría, sea en una comisión parlamentaria, sea en un partido político, sea ante los electores, requiere un trabajo de organización que un independiente no puede ejecutar sin renunciar previamente a su condición, es decir, sin crear profundos vínculos de dependencia con otros a los que se debe por la sencilla razón de que a ellos debe lo que políticamente es o puede llegar a ser. Ésa es la servidumbre de la política, ése es su precio. Quien no esté dispuesto a pagarlo, quien no esté dispuesto a conquistar trabajosamente para sus posiciones a la mayoría de su grupo, de su partido, o del electorado, y lo único que pretende es que su voz libre y soberana resuene en los ámbitos abiertos por otros para él, lo mejor que puede hacer es no entrar en la política institucional o, si se confundió, salir rápidamente de ella y cubrirse la cabeza de ceniza. Todo, menos irse de rositas de una aventura en la que se embarcó por su libérrima voluntad.

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