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El capó

El señor Vera, experto en filibusterismo judicial, nos ha recordado la cantidad de secretos de Estado que se quedaron en el documento firmado el 24-F sobre el capó de aquel coche que pasé a la historia por su capó. Y es que aquel capó fue algo más que un capó. Fue una cama de alcoba al aire libre en la que se concertaron acuerdos históricos que no se dijeron pero se hicieron. Ahí está la parálisis autonómica evidente hasta el interesado pacto entre el PSOE, CiU y el PNV, y ahí está la guerra sucia contra ETA a la que se apuntaron, ¡a mí la Legión!, honestos muchachos de izquierda posibilista que se sintieron James Bond en defensa del Estado Bienestar contra Espectra.Hay que imaginarles temblorosos y expectantes ante la condición de héroes de novela de espionaje que les regalaba la historia, héroes entre Ian Fleming y Le Carré, con menos polvos, es un decir, que Fleming , y con menos, muchísima menos inteligencia que Le Carré. Había que apuntarse a todo lo que demostrara que también la izquierda posibilista tenía sentido de Estado: hacerse amigos, íntimos si era posible, de la oligarquía financiera; ponerse al compás de las modas de la conducta en general y del vestuario en particular para ser admitidos en los mejores salones; bajar a las cloacas disfrazados de fantasmas de la opera, con las cicatrices fingidas pero igualmente horrorosas. Modernidad y cloacas. He aquí la fórmula que sustituía al horizonte cultural perseguido desde 1939 a 1982: la reconstrucción de la razón democrática.

Y así como Vera recuerda la escena del capó, ocultada durante años detrás de tantas escenas del sofá, sería bueno que los apologistas directos o indirectos de la guerra sucia se recordaran a sí mismos cuando soñaban con el poder, pero tal vez, apreciado Leguina, un poder indefenso.

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