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Tribuna:A LA INTEMPERIE
Tribuna
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¿Qué le pasa al butano?

Juan José Millás

Ha y un terrorismo del azar insuficientemente condenado. En los últimos tres meses se han producido en Madrid 22 sucesos causados por el gas, 15 de ellos por el gas butano: el último, si no ha estallado otra bombona en lo que me sentaba a escribir, mató a un hombre de 50 años y destrozó 20 viviendas en Carabanchel. ¿Qué le pasa a este gas? No se conforma con subir de precio cada dos por tres, sino que, además, se fuga, envenena, atonta, estalla, mata. Hace poco se llevó por delante a un matrimonio y a sus dos hijos en un pueblo de la Comunidad.Hay un terrorismo del azar que nos enemista con lo cotidiano. Esas bombonas tan familiares son estos día! contempladas por sus usuarios como una amenaza. De manera que nos acercamos al bulto de color naranja como a un monstruo imprevisible (dan ganas de explosionarlo antes de encender el calentador), lo que proporciona un extrañamiento de lo familiar muy bueno para la literatura, pero nefasto para la vida cotidiana. O sea, que con ese extrañamiento puedes escribir un relato, pero es completamente inútil para hacer un cocido o para bañar al niño. Lo siniestro es lo familiar, ya lo decía Freud, y el gas butano, que es un gas de diván, de psicoanálisis (la bombona tiene forma de conciencia), no hace otra cosa que darle la razón (15 accidentes en tres meses).

Así que oyes el entrechocar de las bombonas cuando entra en tu calle el camión y te parece que están distribuyendo por el barrio una lotería negativa. Se rifa una explosión, un escape, una muerte, en fin; las papeletas son anaranjadas y tienen forma de conciencia. Los jugadores se asoman con cara de susto a las ventanas y piden dos para el 3º A o una para el 5º B. Y al entrar ese objeto en el pasillo, sientes que, más, que a una fuente de energía, has abierto la puerta de tu casa al caballo de Troya o a un utensilio hiperrealista. El hiperrealismo sirve precisamente para extrañarnos de la realidad más cotidiana. Hay que proponerle enseguida a Antonio López que pinte una bombona de butano rodeada de ese halo de amenaza que tienen sus neveras.

Habría que averiguar si es compatible ser una de las capitales más caras de la Unión Europea y tener una fuente de energía que se te acaba siempre a mitad de la ducha, o en medio de la paella dominical, eso cuando no te destroza el edificio. Ahora no caigo si hay butano en París, Copenhague o Bruselas, no lo sé, pero no me suena haber oído en sus calles el ruido de la muerte que producen sus camiones. O sea, que a lo mejor no es compatible. Imagínense que de pronto empezaran a estallar los aparatos de radio, los televisores, las neveras; imagínense que de súbito explotaran los ancianos. ¿Con qué cara nos presentaríamos en el Parlamento Europeo si en tres meses nos hubieran estallado 22 ancianos? Ya sé que no es lo mismo una bombona que un anciano, no intento compararlos: sólo quiero decir que la bombona en la cocina es tan familiar como el anciano liando cigarrillos en la mesa camilla. Pero es que, además, a nosotros también nos estallan los ancianos, por lo menos las residencias de ancianos, de las que recibimos cada dos por tres una mala noticia.

Hay que condenar este terrorismo del azar frente a quien corresponda. Ya sabemos que las bombonas de butano tienen mayor capacidad de mutación que el virus de la gripe, pero es preciso encontrar una vacuna eficaz para que dejen de asesinar. No podemos presidir la Unión Europea, que esta al caer, con una bombona a punto de estallar debajo del brazo. A mí el butano me recuerda los años de prosperidad del franquismo, o sea, que huele a cutre, a huevos podridos, a pies. Y encima mata.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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