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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

A Fernando Gascón, secretario del Ateneo

Ha muerto Fernando Gascón, secretario del Ateneo de Madrid. Le conocí hace unos años, cuando se acercó a saludar a Antonio López Campillo, con quien estábamos algunos en tertulia. Me pareció un hombre ingenuo, con esa ingenuidad que los cretinos resabiados toman por chifladura, pero que es, como observaba Tucídides, la base de las cualidades morales. Campillo y Gascón se conocían del exilio en París, en los años sesenta. Gascón había escapado allí al estar perseguido en España por haber organizado protestas en la Universidad madrileña. En Francia se ganaba la vida como delineante, y participaba en primera línea en todas las luchas políticas de la izquierda. Creía firme, apasionadamente, en ideales de honradez, justicia y democracia, a los que él llamaba "socialismo", aunque la etiqueta es lo de menos.

En Francia tuvo una historia romántica que parece de otra época. Se enamoró de una estudiante española con la que intimé. La familia de ella, al enterarse de que el galán no pertenecía a la buena sociedad -era de origen obrero- y no ofrecía a la chica una vida cómoda, la trajo a España y la guardó en un convento. Gascón removió Roma con Santiago, recurrió a un sacerdote vasco que conocía... No consiguió nada. Pudo volver a España años después, siguió batallando por sus ideales. Y formó una familia. Con la transición, fue de los que sufrieron un progresivo desengaño, aunque sin amargura, ante la evolución de su partido, el PSOE, y de la UGT. Según él, el PSOE había caído en manos de personas ajenas al socialismo histórico. PIantó cara, en vano. Hace un par de años la televisión lo entrevistó brevemente cuando, con motivo de alguna reunión o congreso de jefes socialistas, difundió octavillas en Ferraz, criticándolos. Me contaba que un ministro, da igual quién, le había increpado:

¿A ti quién te paga?" Él se había dirigido a un presidente autonómico: ¿No os da vergüenza, los sueldos que os ponéis?". Y el otro le había replicado: "Y tú, porque no puedes". Contaba estas cosas con una mezcla de indignación y de burla: "¡Tú fijate qué mentalidad tan pobre y tan baja en unos dirigentes del país!".

En mayo pasado, Gascón fue elegido secretario segundo. del Ateneo. Sentía la historia de la institución y su profunda degradación actual. Sus actitudes desentonaban en una junta de gobierno indigna, que cerró filas contra él. El resto de la directiva, pisoteando todas las normas, ordenó a los empleados no facilitar a Gascón los documentos y actas que él precisaba para realizar su tarea. Temían las promesas de transparencia que había hecho en su campaña electoral. Sufrió amenazas de dejarle manco de las dos manos (había perdido una en accidente), así como una denuncia por agresión (¡un hombre de edad, manco y reconocido enemigo de la violencia! Las denuncias falsas vienen siendo una especialidad de la directiva del Ateneo.

Gascón intentaba recurrir a los socios para defenderse y defender la legalidad interna. Le veía a veces hablando a jóvenes estudiantes y opositores, con el entusiasmo, y la jovialidad que nunca le faltaron, exhortándolos a pensar en el Ateneo e ir más allá de sus intereses más romos e inmediatos. Le escuchaban con aire cortés y total incomprensión.

Un prestigioso columnista de la prensa ha achacado a estos estudiantes una actitud de "pensionistas precoces". En cualquier caso resultaba Gascón, con sus cerca de 60 años, más joven que sus interlocutores. Era optimista, aunque yo le había advertido: "En esta casa se ha denunciado tal cúmulo de arbitrariedades, irregularidades y miserias, que si la sociedad estuviera sana, ya se habría librado hace mucho de juntas semejantes. Por tanto, no esperes apoyo activo. Como mucho, alguna firma ocasional para alguna protesta". Gascón murió este 17 de enero, de un infarto, al salir del Ateneo. De acuerdo con las ideas convencionales, tan americanizadas, él sería un ejemplo típico de perdedor. Sin embargo, los disgustos nunca le privaron de su alegría y generosidad, y en tan buena compañía vivió su tiempo. Uno puede preguntarse si se vivirá mejor con la sarta de bajezas y trapacerías que marcan la carrera de tantos triunfadores. Gascón seguiría más bien a Don Quijote: "Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible"; y concordaría con Disraeli: "La vida es demasiado corta para ser mezquina". Él no fue un hombre mezquino, y por eso tuvo una buena vida.-

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