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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

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¿ES MAYOR hoy la corrupción de los políticos del mundo occidental que hace unos años? ¿Que antes de la caída del muro? ¿Que antes de la mundialización de la economía, cuando quiera que ello haya ocurrido? Hay diversas y contradictorias escuelas de pensamiento. Lo que parece claro es que la sensibilidad hacia esas cuestiones, la indignación, pública ante la evidencia de que unos ciudadanos son más iguales que otros ante la ley, crece imparablemente.El martes pasado celebró su primera sesión pública en Gran Bretaña una llamada comisión Nolan, integrada por relevantes personalidades exteriores al poder, que va a preparar una serie de recomendaciones para combatir la corrupción; la Asamblea Nacional francesa ha creado un grupo de trabajo parlamentario centrado en estudiar el problema de la financiación de los partidos y de las incompatibilidades de los padres de la patria; en España existe una comisión parlamentaria de parecidos objetivos y obra escasamente ingente, y en Italia ha sido, en gran parte, la indignación popular contra el sistema institucionalizado de comisiones llamado tangentópoli lo que ha provocado la destrucción de toda una clase política.

El caso británico de combate a la corrupción es, de todos, el más público, el menos profesional. No son los legisladores quienes se investigan a sí mismos, sino una comisión independiente que entrevistará a una muestra extensa de testigos, a todo aquel que tenga algo que declarar sobre la materia, y que presentará un abanico de recomendaciones para que la probidad pública pase al contraataque. Cristalizan ya sugerencias como la formación de una comisión independiente permanente que actúe como perro de presa sobre las finanzas de parlamentarios y altos cargos.

El escándalo que ha movido al primer ministro John Major a ordenar la creación de la comisión que preside lord Nolan ha sido el descubrimiento de que algunos parlamentarios percibieron sumas de varios cientos de miles de pesetas por plantar, como se dice en la jerga parlamentaria británica, preguntas en la correspondiente sesión, de Westminster a requerimiento de intereses particulares o empresariales.

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La prensa británica contempla no sin un cierto escepticismo el futuro discurrir de la comisión, en el temor, quizá, de que se trate de un ejercicio de futilidad que sólo sirva para sosegar los espíritus mostrando que se hace algo mientras todo sigue igual. Pero la pasividad sería intolerable. Y la comisión Nolan tiene la ventaja de venir, de fuera y de mirar para adentro. El poder es singularmente reacio a reformarse a sí mismo; no está mal, por tanto, que los demás le digan lo que en ese campo tiene que hacer.

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