Conversión imperfecta
A diferencia del comprensivo padre de la parábola evangélica, que acogió con alborozo al hijo pródigo, los sumos sacerdotes del antifelipismo no están dispuestos a aceptar a los nuevos conversos sino tras imponerles severas y humillantes penitencias. Y es que el antifelipismo siempre ha sido una religión exigente, y más ahora, cuando ha adoptado los modales feroces del integrismo. El principal -yo diría que único- dogma del antifelipismo consiste en, creer que todo lo llevado a cabo, directa o indirectamente, por el Gobierno socialista. encabezado por Felipe González, de la entrada en la OTAN al GAL, pasando por la reforma del mercado laboral, la política educativa, la reforma militar, los 130 novelistas de Carmen Romero, la corrupción, el AVE y la Expo, la cooperación en la guerra del Golfo y en Bosnia, la despenalización del aborto, Rubio, Roldán, etcétera, forma una unidad inconsútil y toda ella perversa. El mal sin mezcla de bien alguno. Algunos extremistas incluyen también en esta catástrofe ciclópea lo que. hizo Felipe 'González antes de ser jefe de Gobierno, la transición, Suresnes, las actividades de Isidoro, la infancia proféticamente autoritaria, todo, lo que se dice iodo. Felipe no es una persona, ni siquiera un líder político, ni una antonomasia de los socialistas; es el título de un tríptico del Bosco, lleno de figuritas atroces que saquean, engañan, fornican y asesinan a mansalva sobre el fondo tormentoso de la carta de ajuste de Televisión Española.Para el antifelipista, quien no reza tres veces al día -en columna de prensa, tertulia radiofónica y televisión privada- las debidas jaculatorias contra el maligno pertenece, al reino infiel de las tinieblas, es decir: al felipismo. Aplicando su lógica integrista, supone que el felipista tiene también un solo dogma: creer que todo lo realizado por Felipe González y sus muchachos es estupendo, providencial. Por supuesto ejemplos de este felipismo no le faltan, de modo que puede vivir satisfactoriamente en su santa cólera. Pero, sucede que, como el felipismo ha sido durante largo tiempo religión mayoritaria, sus perfiles hace bastante que se han difuminado un tanto: hay felipistas practicantes pero poco creyentes, felipistas selectivos, felipistas tibios, felipistas a ratos, felipistas por resignación o temor de cosas peores, felipistas escépticos, irónicos, críticos; incluso felipistas por asco invencible a los antifelipistas (ahora estos últimos forman ya quizá la fracción mayoritaria). Naturalmente, el integrismo antifelipista no sólo no acepta tales matices, sino que los considera agravantes: cuanto más pretende un felipista discriminar entre lo bueno y lo malo del felipismo, más incurablemente reo de felipismo es.
De modo que la conversión a la religión salvadora del antifelipismo no es en modo alguno cosa fácil. No basta con abjurar de la corrupción, por ejemplo, o renunciar al GAL, a sus pompas (fúnebres) y a sus obras, firmando el primer manifiesto que te pongan delante. Las jornadas de expiación sobre la nieve ante las puertas de la ciudadela antifelipista no durarán tres días ni tres meses, sino quizá 30 años. Por definición, la conducta del infiel siempre es sospechosa: si protesta es la rata que abandona el barco, si "se defiende es el puerco aferrado a su pesebre y si se calla meneando la cabeza es un cordero, de cuyo silencio intelectual ya hay tanta bibliografía. En fin, qué le vamos a hacer.
Por mi parte, confieso con la testa cubierta de ceniza que estoy en la vía proficiente del antifelipismo. Aunque debo admitir que lejos aún de la conversión total. Por ejemplo: creo firmemente que si queda probado que Felipe González organizó los GAL debe ser juzgado, condenado y encarcelado. Y que en tal caso poca, decencia política se le podria suponer, quizá sólo un átomo o dos. Pero también creo que allí, en la mazmorra cruel, esos dos átomos sumarían más que las tóneladas de honradez de Pablo Sebastián, Jaime Capmany, Raúl del Pozo y seis o siete reservas cuyos nombres guardo in pectore. Padre, ¿hay aún salvación para mí?.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.