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Occidente debería distanciarse de Yeltsin

Miro hoy con mucha pena a Borís Yeltsin. Uno tiene la sensación de que este hombre, en esencia decente, sencillamente no sabe qué hacer. Desde el asalto a Grozni, la mayor parte de la comunidad internacional, sospecho, ha llegado a compartir este punto de vista.Incluso antes de la crisis chechena, las palabras del presidente ruso sobre una paz fría asustaron a muchos extranjeros, ya preocupados por las diferencias, cada vez mayores, sobre Bosnia, la OTAN e Irak.

Hay que entender que el principal origen de estos cambios recientes en nuestra política exterior es el calamitoso giro de nuestros asuntos internos en los tres últimos años. Con casi ningún conocimiento de economía y. bajo la presión e influencia de líderes occidentales e instituciones financieras, Yeltsin sumió a Rusia en la aventura, demasiado arriesgada de la terapia de choque.

Los desastrosos resultados de esta política inducida por Occidente han reavivado un sentimiento antinorteamericano y antioccidental que había desaparecido prácticamente en 1991. La pobreza y la humiIlación provocadas por la terapia de choque están en la génesis del nacionalismo y del neoimperialismo en auge. La carga de la responsabilidad del triste estado de Rusia no puede, claro está, recaer enteramente en los hombros de Occidente, pero éste tiene que asumir su parte de culpa.

En las caóticas circunstancias de los últimos años, Occidente optó por una política de búsqueda de la estabilidad en vez de por un mayor desarrollo de la democracia y los derechos humanos. Se pensaba que Yeltsin era el pilar de esa política, que llevó a la decisión de Occidente de apoyarle por todos los medios, incluida la participación total en los asuntos internos de Rusia.

En su autobiografía, Yeltsin revela cómo una tarde, después de salir de la sauna, recibió la bendición que le había pedido al canciller alemán. Helmut Kohl para violar la Constitución rusa y disolver el Parlamento, lo que desencadenó el asalto al edificio del Parlamento ruso y los demás acontecimientos sangrientos de Moscú de 1993. Y si había pedido a Kohl su bendición, difícilmente podía no pedírsela al presidente Clinton y a otros líderes clave de Occidente, que también se la dieron.

Fuentes de confianza me dicen que en la víspera del ata que contra Chechenia se repitió el mismo guión. Occidente dio luz verde a Yeltsin para emprender una de las guerras más sangrientas y peligrosas de la última década. Ni que decir tiene que esta actitud por parte de Occidente anima al presidente ruso a cometer errores y no aumenta la estabilidad, sino que la socava.

Ya es hora de que Occidente varíe su política y apoye la democracia más que a Yeltsin. Cuanto más se aparta nuestro presidente del sendero democrático, más autoritario, voluble e imprevisible se vuelve y, menos se le puede considerar un pilar de la estabilidad. Y de hecho, más se convierte en una amenaza para ella.

Además, se ha rodeado peligrosamente de consejeros extremadamente indecisos e irresponsables. Es asombrosa la mala calidad de la mayor parte de la nueva élite política. Después de haber colaborado bastante estrechamente con seis gobiernos soviéticos y uno possoviético, nunca he sido un ferviente admirador de nuestros burócratas. Pero lo que vemos ahora, supera la imaginación.

Las actuales élites políticas son incompetentes desde todos los puntos de vista: profesionalidad, niveles de educación y formación general, experiencia en asuntos prácticos y percepción de los valores éticos de los funcionarios públicos.

Como consecuencia de esta incompetencia sin precedentes, combinada con la política mal concebida de Occidente, Yeltsin se ha visto empujado a la peligrosa trampa de Chechenia. Si acepta poner fin a la guerra, él y sus consejeros tendrán que responder por haber provocado semejante derramamiento de sangre. Si opta por una larga guerra de guerrillas, que probablemente se extienda por toda la región norcaucásica, Rusia quedará arruinada política y económicamente y se fomentará el fundamentalisnio islámico.

Me temo que si Occidente quiere estabilidad y seguridad en esta parte del mundo, para conseguirla tendrá que guardar las distancias respecto a Yeltsin en vez de aceptarle.

Conozco a Borís Yeltsin desde hace muchos años. Puede ser un líder razonable. Pero no se le puede dejar solo con sus amigotes, apoyar. todos sus caprichos y permitir que actúe como un abusón. Sólo podría ser un buen presidente de Rusia durante el resto de su legislatura, si existiera un sistema de control y de equilibrios: un Parlamento firme, un tribunal constitucional eficaz y unos medios de comunicación verdaderamente independientes.

La salvación de Yeltsin -y de Rusia- también depende de una política honesta de Occidente, una política que no dude en decir sí a las propuestas razonables, pero que dé un no definitivo a aventuras como la de Chechenia, que son peligrosas tanto para Rusia como para el mundo.

Georgi Arbatov es director del Institudo de Estudios sobre Estados Unidos y Canadá en Moscú. Copyright 1995, Los Angeles Times Syndicate.

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