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'Homo sapiens'

La moción de censura sugerida hace una semana por Aznar (la formación de un nuevo gobierno sólo para convocar elecciones) contiene una condición programática de imposible cumplimiento: un acuerdo interpartidista previo capaz de asegurar su victoria. Dada la actual composición del Congreso, los 141 diputados del PP necesitarían el concurso de otros 35 miembros de la Cámara para lograr la mayoría absoluta de 176 escaños exigida por la Constitución. El apoyo de los 17 representantes de CiU sería imprescindible; sin su colaboración, incluso el respaldo de todos los grupos restantes (lU, HB y las minorías nacionalistas y regionalistas suman 33 diputados) resultaría insuficiente. Pero si CiU deseara adelantar las elecciones no necesitaría dar ese largo rodeo del bracete de Aznar: le bastaría con retirar su apoyo al Gobierno González. El probable origen de esta maniobra sin futuro, rechazada públicamente por tirios y troyanos, es el doble temor de Aznar: presentar una moción de censura condenada a la derrota y quedar como miedoso si no lo hiciese. Los constituyentes españoles importaron esa compleja fórmula parlamentaria de Alemania, donde seguía vivo el recuerdo de la inestabilidad gubernamental que llevó a la República de Weimar al colapso. La moción de censura constructiva trata de evitar el vacío de poder creado por las crisis de gobierno que se arrastran durante semanas o meses; el contrapeso ideado para conjurar el peligro de esos interminables interregnos es que la petición de cese del jefe del Ejecutivo incluya también, el nombre del candidato que ocuparía la presidencia del nuevo consejo de ministros en el caso de que la moción triunfase.

La Constitución y el reglamento del Congreso imprimieron en su día un sesgo claramente progubernamental a la moción de censura, desdoblada en la destitución del jefe del Ejecutivo y la investidura de su sustituto. Al sor necesaria para su aprobación la mayoría absoluta, las abstenciones juegan a favor del Gobierno, que podría incluso que dar en minoría sin verse removido. Mientras el presidente censurado ocupa un lugar marginal en el debate, el candidato a presidente es sometido a una trinca infernal sobre un temario infinito por un tribunal de feroces profesores dispuestos a preguntarle desde la lista de los reyes godos hasta el precio de la patata temprana. Irritado por el incesante acoso de los periodistas, un coronel boliviano que actuaba como portavoz de la junta militar puso fin a una rueda de prensa con el argumento de que, no siendo el homo sapiens, se sentía incapaz de contestar a todas las cuestiones; pese a su mejor conocimiento de la historia de la evolución, los candidatos a presidente de las mociones de censura tal vez alberguen emociones parecidas al res ponderen el hemiciclo a sus impertinentes interrogadores. Vistos los riesgos de atacar a pecho descubierto una fortaleza tan poderosamente artillada, se entiende el temor de Aznar a emprender el asalto; los llamamientos cursados desde el castillo sitiado para que sea gallardo y presente la moción de censura deben resultarle tan sospechosos como las invitaciones de la bruja a los niños para que visiten su casita de guirlache en el bosque. No es cierto, sin embargo, que las mociones de censura sólo estén justificadas en caso de triunfo; en estos años el Congreso de los Diputados y las cámaras autonómicas han inventado aplicaciones diferentes para ese instrumento parlamentario. El problema de las mociones de censura sin posibilidad de victoria no es que sean utilizadas para la presentación de una alternativa del gobierno a medio plazo sino que ese propósito propagandístico tenga éxito. Mientras que Felipe González desbrozó su camino hacia el poder en mayo de 1980, Antonio Hernández Mancha cavó su tumba en marzo de 1987; la cuestión es saber cuál de esos dos precedentes de moción de censura fracasada tiene Aznar en la memoria: si el brillante ejemplo socialista o el patético tropiezo popular.

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