Los caballeros del "Financial Times"
Cómo se hace el más influyente de los periódicos económicos de Europa
En el Financial Times fue durante mucho tiempo una escena tradicional: cuando un periodista se precipitaba en el despacho de su jefe y gritaba: "¡Tengo una prirmicia!", sólo había dos posibilidades. O el redactor jefe, aterrorizado, se llevaba las manos a la cabeza y exclamaba: "Oh, my God!" ("¡Oh, Dios mío!"); o mostraba su más amplia sonrisa y respondía: "¿Una primicia?" Magnífico, James. La sacaremos mañana".Esta historia la cuenta Robert Preston, autor, entre otros, de las revelaciones sobre el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo que llevaron a Jacques Attali a presentar su dimisión. Sería creíble si no confesara riendo que "está exagerando ligeramente la imagen" y que sus jefes, a pesar de su gran prudencia, no sólo han acogido siempre bien sus informaciones inéditas, sino que le piden más.
Pero que quede claro: más vale tarde que de forma inexacta. Y el periodista, que reconoce estar "obsesionado por la exactitud de los hechos", encuentra en el Financial Times la cultura que le agrada.
"Esta especie de miedo instintivo ante las informaciones que provocarán necesariamente una tormenta es tremendamente sano", dice. "No hay riesgo de adoptar posiciones fortificadas ni de autoexcitarnos. Todo se sopesa con un escepticismo exigente y una prudencia adecuada al riesgo ¿El riesgo? Acabar en unas líneas con una reputación de rigor adquirida en 106 años. "Romper una porcelana que no podría arreglar ninguna cola del mundo".
En resumen: este patrimonio es tan precioso que los herederos desean ardientemente salvaguardarlo, hacerlo prosperar, transmitirlo. El Financial Times supe ra a las personas que lo hacen. Ninguna firma equivale a la suya. "Hay que mantener en la mente la idea de servirle", se re pite insistentemente. ¡Qué Redacción! Extendida por dos plantas espaciosas dé un edificio fabulosamente moderno, junto al Támesis, frente a la City. Tranquila, muy tranquila a pesar de la cantidad de gente (casi 300 periodistas incluidos los corresponsales), a pesar de los teléfonos (frecuentemente conectados a unos auriculares), a pesar de las reuniones (al menos tres al día en los despachos acristalados de la redacción). "El primer día", recuerda Robert Preston, "pensé que estaba en una biblioteca". Sí, eso es, exactamente.
Pero lo más sorprendente no es esta diferencia entre la imagen de austeridad extrema que transmite el diario y ese aire de niños buenos. Lo más sorprendente es la armonía. Hemos sopesado esta palabra. Los periodistas del Financial Times mantienen una relación de complicidad. Es algo que trasciende las diferencias de edad, de sexo, de clase, aunque es evidente que la burguesía está bien representada. Se oye, se ve, se siente. Es una mezcla de atención hacia los demás, de tolerancia y de respeto. Una cortesía excelente, marcada por la discreción. Un humor que simula la despreocupación o la disponibilidad, a pesar de que el reloj marca una cuenta atrás implacable.
Todos (o casi todos) sus periodistas han ido a Oxford o Cambridge, las dos universidades británicas más famosas, con cierta preferencia por la primera. Todos comparten también, además de esa sensación dé "pertenencia al periódico" de la que habla Martín Wolf, redactor jefe de los editoriales económicos, cierta idea del periodismo de calidad: exactitud de los hechos relatados, profundidad y originalidad de su análisis, claridad de escritura, mirada desapasionada sobre el mundo. Y una condición subyacente: independencia total. "Todo se basa en ella: si se empieza a dudar de ella, el Financial Times ya no tiene razón de ser".
Pero, ¿ y el propietario? ¿Ese grupo Pearson tan potente, presente en la porcelana, la televisión, la banca, los viñedos, los museos de cera de Madame Tussaud, la publicación de libros de bolsillo, tanto como en The Economist y los diarios regionales? "Es respetuoso", afirman sin dudarlo todos los periodistas. "¡Y totalmente ausente!". El que mejor puede hablar de ello es Raymond Snoddy, el irlandés pecoso especialista en medios de comunicación. "Nunca hay una sola palabra", confirma. "Ni el menor telefonazo. Los irrito regularmente, pero me ignoran soberanamente". Lord Blakenham, presidente de Pearson, no interviene.
El verdadero compromiso del Financial Times es europeo. En se terreno, en el serio de la Redacción se producen auténticos e intensos, debates. Pero, sobre todo, ahí es donde está el futuro del periódico. El mercado británico, sometido a una competencia salvaje y en el que este diario vende 172.000 ejemplares, está saturado. La venta en el extranjero (120.000 ejemplares) permite en cambio albergar todas las ambiciones posibles. Se va a lanar una nueva edición internacional y los centros de impresión e duplicarán en dos años.
Pretende ser el primer periódico paneuropeo de los hombres de negocios. Por delante del Herald Tribune ("no especializado") y del Wall Street Journal ("muy americano"). "Por lo demás, nuestra visión del mundo no es británica" afirma con convicción Peter Martin aunque está orgulloso de la herencia de la BBC y de la escuela inglesa del periodismo, que, al contrario que la estadounidense, se niega a castrar los artículos privándolos de toda opinión.
A última hora de la tarde, la Redacción está demasiado concentrada para. admirar las luces de la City al otro lado del Támesis..Hugo Dixon acaba la crónica Lex que influirá en numerosas operaciones monetarias y estrategias de inversión. Stephanie Flanders propone a Martin Wolf el editorial sin firma que mostrará al mundo de los negocios 10 que hay que pensar de la economía japonesa. Se sentirá crecer un ligero estrés. Y un placer intenso. El de construir un razonamiento, pulir una fórmula, analizar una estrategia, encontrar conexiones. "Es algo intelectual. ¡Y todo a la vez!", se entusiasma el joven Paul Abrahams, de 32 años, mientras se mete la camisa.
"Temo que el Gobierno legisle para restringir la libertad de prensa, que se ha hecho profundamente impopular en este país. Los sondeos muestran que, a diferencia de los demás países europeos, la confianza de la opinión pública en los periodistas se ha venido abajo estos últimos años".
Así habla el director. Cálido, relajado, apasionado por la economía y por su trabajo, Richard Larribert, de 50 años, es un hijo del Financial Times, donde entró a los 22 años.
¿Dónde se detendría la censura?', se pregunta. "¿En los artículos? ¿En las fotografías? ¿Qué se haría con los libros? En cualquier, caso, sería imposible establecer una distinción entre la prensa sena y esos periódicos populistas. Es vital que, en el terreno de los negocios, sigamos teniendo una libertad de investigación total. Los periodistas tienen derecho a ser tratados como ciudadanos, ni por encima de la ley ni por debajo".
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