Homenaje a Tarancón
La muerte del cardenal Tarancón da pie a glosar su figura en momentos claves de nuestra historia contemporánea. Yo debo dar a conocer, por gratitud, una faceta necesariamente ignorada de su personalidad. Ya octogenario, dedicó un día entero para ir desde su retiro en Valencia a un pueblo de Lérida para confortar a un moribundo de cáncer, que no conocía y que le había admirado desde que fuera joven obispo de Solsona. El moribundo era mi padre. Habíamos pedido un mensaje suyo (era Navidad) y se obstinó en ir a verle. Más de seis horas de coche entre ida y vuelta. Frío y niebla. No quiso aprovecharlo para ver a antiguos amigos. Sólo confortar a una persona que se moría pocos días después. Conversaron largamente solos, como viejos amigos. Le administró la unción de los enfermos. Comió en casa y nos fotografiamos todos junto al lecho de mi padre: "Me han considerado importante y será un buen recuerdo". Y como despedida a mi padre, un largo apretón de manos y un "Jaime, hasta siempre".Me emociona recordar aquel día. Así como la conversación durante todo el viaje. Sin conocernos ni compartir dogmas, nos habló, a mí ya mi hermano, a corazón abierto, en catalán, de religión y de política. Desde el Concilio al discurso de la coronación del Rey. Pasando por Tarancón al paredón tras el asesinato de Carrero. Magnanimidad, grandeza de miras, lucidez en una larguísima conversación que hubiera sido valiosa joya periodística. Príncipe de la Iglesia, pero aquél día, ante todo, buen samaritano. Con toda admiración y afecto, descanse, también él, en paz.-
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