Noche de frío y de felicidad
El taxista que nos recogió después del partido estaba afónico y había atado a modo de bandera victoriosa una bufanda del Real Madrid a la ventanilla delantera. Para que se sujetara la bufanda el cristal tenía que mantenerse parcialmente bajado, así que el viento que entraba Castellana abajo en el taxi era aún más frío que el que asolaba las gradas en rachas polares, pero daba reparo pedirle al taxista que cerrara la ventanilla, porque el hombre estaba afónico y como beodo de entusiasmo, y surcaba el río tremendo de los faros y los cláxones con una felicidad perfectamente inusitada en un taxista:-La verdad es que ya teníamos sed de venganza. El cinco a cero, del año pasado nos hizo sufrir mucho...
Había sido un trance inmediato de felicidad, una onda expansiva que levantaba y ondulaba a la multitud como un viento oceánico, apenas empezado el partido, al cabo de cinco minutos, y que se repitió luego cuatro veces más, hasta alcanzar ese grado de dicha que hasta llega a parecerle excesivo a quien la siente. Temblaban los pilares y los armazones de hormigón, se volvían más intensos los colores de las cosas, los colores simples y vibrantes del fútbol, el verde césped y el ocre del espacio que lo rodea, el blanco geométrico de los largueros y de las líneas, las manchas precisas de las camisetas de los jugadores brillando en ese mediodía invariable y eléctrico de. los focos. El viento helado de enero acentuaba la vibración de las pancartas y de las banderolas, las pequeñas banderas blancas que se agitaban como pañuelos taurinos y la bandera inmensa roja y amarilla que se desplegó sobre el público turbulento de la grada sur apenas comenzado el partido. Desde mucho antes de entrar en el estadio, desde que se desembocaba en las avenidas cercanas y se agregaba uno y se perdía en el gran flujo de la multitud invernal, había como una tensa expectativa de algo una disposición entre fervorosa y bélica que ya en el graderío se desataba al menor percance.
Una muchedumbre cuya simple visión ya es abrumadora grita con una sola voz que a uno le recuerda la voz de muchas aguas de las que habla la Biblia y se desborda o se queda inmóvil como si obedeciera a un instinto que los anima simultáneamente a todos; pero si uno se fija con algo de atención empieza a distinguir actitudes individuales, y descubre entonces gestos de teatro, o de tribunal, o de dramón romántico. Frente a ese Himalaya de la presencia humana, lo que ocurre abajo, en el campo, casi parece irrisorio, mucho más veloz, más delicado y sutil.
Así que cómo, íbamos a decirle luego al taxista que subiera el cristal de la ventanilla, o que no bajara tan rápido hacia las luces de Cibeles, él, que no había podido ver lo mismo que nosotros, que había conducido por la noche de Madrid escuchando la radio, gritando él solo, golpeando el volante con las manos abiertas. Cuando nos bajamos nos deseó buenas noches y arrancó de nuevo enseguida, y la bufanda del Real Madrid era una bandera victoriosa ondeando en la noche de enero.
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