_
_
_
_
_
Entrevista:

No hay quien trabaje en los tablaos de Madrid, parecen oficinas"

Al natural pierde los años que el escenario parece echarle encima y, en cuanto rompe a hablar Belén Maya asevera siempre con el nervio templado de quienes saben lo que quieren. Nacida en la ciudad de Nueva York hace 28 años, Maya empezó a bailar tarde, pero intensamente. Madrid, la ciudad donde Belén tiene su casa, su familia, donde está su gente, es también un lugar imprescindible para limar la técnica, sin olvidar, que el alma está en el sur. Allí, los maestros son sabios y las lecciones mudas: "a Sevilla, como a Jerez, hay que bajar a mirar, pero el ritmo de esas ciudades es muy lento", asegura. Le ha dado tiempo a vivir en California, a consumir largas estancias en Japón y a comprender que sus mayores, sin tener siempre razón, merecen un respeto, empezando por su propio padre.

Pregunta. Cuenta usted que a veces ha tenido diferencias con su padre, el bailaor Mario Maya, de cuya compañía ahora forma parte.

Respuesta. Profesionales, muchísimas; sobre todo al principio, porque también chocamos en nuestra forma de ser. Yo tenía 19 años, era rebelde y cabezota y nos pegábamos unos gritos enormes. Ahora seguimos viendo las cosas de forma distinta, pero nos respetamos. He aprendido que él es él, y si está ahí es por algo.

P. ¿Añora mucho la antigua escuela de la calle del Amor de Dios?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

R. La recuerdo desde que siendo muy niña, jugaba por allí mientras mi madre [Carmen Moral daba clases. Al final estaba que se caía, con los techos húmedos, las salas bastante oscuras, pero con mucha solera. En el nuevo Amor de Dios estamos muy bien, da gusto venir a ensayar.

P. ¿Es usted bailarina porque se apellida Maya?

R. Yo, más bien me considero bailaora, pero empecé bastante tarde y por casualidad. Cuando murió mi madre busqué la forma de seguir conectada con el mundo del baile y del teatro, pero sin pensar siquiera en ser profesional.

P. Decía un compañero, de su actual compañía que, en el futuro, alguien escribirá: el flamenco es un invento japonés. ¿Exageraba?

R. ¡Muchísimo! He vivido allí, les he visto bailar y algunos son muy buenos, pero les falta algo. Nunca se despeinan, no improvisan. Mucha técnica, pero ni un arranque de locura. Sin corazón, el baile se queda, frío.

P. ¿Se acuerda de cuando su padre estrenó Camelamos naquerar, un alegato antirracista?

R. Si hablamos de gitanos, debo decir que yo soy cuchichí, gitana en tres cuartas partes, porque mi madre es paya y para los gitanos la herencia genética del hombre es superior. Pero ni mis costumbres ni la educación o la forma de pensar son gitanas. A mí me parece que el racismo es una mezcla de incultura y miedo a lo que consideramos distinto.

P. ¿Ha bailado en los tablaos madrileños?

R. Sí, y no hay forma de trabajar, excepto en uno, el Zambra. La gente es muy mayor, no. está al día, y con tanto contrato fijo, aquello parece una oficina. A los de Sevilla también van turistas, pero los prefiero.

P. ¿Sevilla en general?

R. El sur tiene la sabiduría del flamenco, pero no la saben enseñar. En Madrid se mueven los contratos, se aprende.

De lo flamenco y Réquiem, por la Compañía Andaluza de Danza. En el teatro Albéniz, hasta el 15 de enero. Paz, 11.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_