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Carta abierta a Delors

Estimado ciudadano Delors:La izquierda está hoy en crisis en toda Europa. Por otra parte, en Europa está hoy en crisis la propia Europa. Entre los dos hechos hay también un vínculo, aunque no se trate de un vínculo indisoluble.

La crisis de Europa se ha manifestado como vileza frente a la agonía de Sarajevo y los horrores de la conquista serbia de Bosnia, alentada por los Gobiernos europeos con hipócritas maniobras diplomáticas y acompañada por los ciudadanos europeos con filistea indignación de telespectadores.

Pero esto sólo es la culminación. La crisis de Europa también es una rutina. Salvo la excepción alemana (que en los acontecimientos de la antigua Yugoslavia ha hecho prevalecer sus intereses particulares. Como todos, desdichadamente), los Gobiernos europeos parecen cada vez más seducidos por las sirenas del nacionalismo. Esta es la carta (marcada) que todos los Gobiernos arrojan al tapete para compensar su propia incapacidad y la pérdida de consenso: la política del chivo expiatorio. Se fomenta el resentimiento contra Maastricht, el chovinismo contra los inmigrados, el corporativismo de sectores económicos en crisis. La culpa es del Otro, del Distinto, el magrebí que está en lo más bajo de la escala social, el eurócrata que está en lo más alto.

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A menudo (no siempre), se trata de problemas auténticos, que hay que afrontar sin retórica y sin tabúes: el derecho de asilo tropieza con una limitación económica a la acogida, la seguridad, de cada individuo es una cuestión irrenunciable para cualquier convivencia, el mercado se convierte en un fetiche cuando quiere excluir cualquier intervención de apoyo y reglamentación. Hoy, sin embargo, en vez de afrontar estos problemas, los Gobiernos prefieren imputárselos a Europa, haciéndose la ilusión de alejar esa desaparición del consenso que aqueja a la clase política en todo Occidente y que nace de políticas decepcionantes, de promesas no mantenidas y no de las supercherías de unos eurócratas que han hecho nido en Bruselas.

Esa creciente crisis de la política tiene sus raíces en el secuestro de la ciudadanía por parte de la maquinaria de los partidos, del profesionalismo político que se convierte en fin antes que en medio, en sistema omnívoro, en monopolio. Así, la política es sustraída al ciudadano en la forma de una democracia delegada, cada vez más vacía y ficticia. La política se toma a sí misma como referencia, se convierte en una cosa "de ellos". El mal de la corrupción. -trágicamente infravalorado por tantos que hablan de "excesos moralistas"- encuentra aquí su caldo de cultivo. Y alimenta el círculo vicioso: degeneración de la política, desafección y desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones democráticas, pasividad que aumenta el extrapoder incontrolado de los políticos corruptos.

Hasta que llega el momento de la reacción populista, que se ha producido porque ha podido nutrirse de la miopía de los demócratas de la izquierda.

La izquierda no ha sabido ofrecer una solución al eclipse actual de la democracia, porque constituye, con sus errores, parte del problema. Con frecuencia, ha transformado el bienestar en deshonestidad, amén que en burocracia, proporcionando el argumento más mortífero a los enemigos no de la corrupción, sino del propio bienestar. Y, para hacerse perdonar, ha caído en la tentación de un desenfrenado, liberalismo; se ha mofádo, tachándola de moralina, de la cuestión moral que, entretanto, se convertía en la cuestión política por excelencia; y ha arremetido contra los jueces que estaban destapando el cubo de la basara de la ilegalidad, en vez de hacerlo contra sus propios dirigentes, que habían llenado este cubo con su "realismo".

A la izquierda le ha faltado la capacidad de reinventar las formas de representación democrática, así como la de reinventar el bienestar; es decir, la de enraizar la solidaridad en la eficacia.

Por otro lado, a los Gobiernos (y a las oposiciones) no les, gusta. Europa, entre otras cosas porque les quita márgenes de demagogia, reduce las posibilidades de la política espectáculo y frustra las promesas de los milagros baratos. Impone reglas ciertas en vez de la regla política por excelencia de los favores a tal o cual clientela.

Ésta es la doble crisis, frente a la cual usted constituye una esperanza y un recurso difícilmente sustituible, esto lo sabe perfectamente. Por su programa, concreto y realista, pero sobre todo por su credibilidad personal. La verdadera cultura de un político es, de hecho, su hacer. En Europa y para Europa (y, por tanto, para cada uno de los países), usted ha hecho más de lo que querían los Gobiernos que controlaban el continente, aunque lamentablemente menos de lo que deseaba y consideraba necesario. Y siempre diciendo la verdad y sin desatender nunca las promesas hechas. Hoy, los Gobiernos imputan a menudo a Europa los defectos que, precisamente ha causado su propia resistencia y que su miopía nacionalista está multiplicando.

Su renuncia a presentarse como candidato a la presidencia de la República Francesa es la última e incontestable confirmación de su credibilidad. Usted tenía todas las probabilidades de salir elegido, pero habría tenido que "comprometer" su programa en un régimen de cohabitación con la derecha en vez de intentar realizarlo coherentemente. En consecuencia, ha preferido renunciar para no ilusionar a los ciudadanos franceses, para no despreciarlos como hacen otros candidatos, que utilizan los programas como vistosos reclamos. Y aún más: usted ha pensado que quizá sería posible crear una mayoría presidencial en el Parlamento, pero sólo con el viraje de los sectores centristas, dispuestos a suscribir, tras las elecciones, la póliza del seguro Delors, pese a haber fimado durante la campaña electoral la póliza del seguro Balladur. Ha preferido, pues, renunciar para no inducir en otros políticos la tentación de la hipocresía y el transformismo, a los que se someten de tan buen grado.

Todo esto le honra. Y lo digo sin la mal disimulada satisfacción de tantos que rinden homenaje a la nobleza de su gesto sólo porque están convencidos de que les es útil electoralmente. Son los mismos que, en nombre del realismo político, desprecian profundamente la nobleza y la coherencia, y sólo practican una y otra por equivocación. Son los mismos que, si su coherencia pudiera reforzar su posición como, candidato, no dudarían en llenarle de fango por su candor de

Pasa a la página siguiente

Paolo Flores d'Arcais es director de la revista italiana Micromega.

Carta abierta a Delors

Viene de la página anteriorbuena persona e incluso. lincharle por débil, definiéndole como "hombre de los alemanes" por su convencido europeísmo. En este tipo de asuntos sucios, la derecha francesa nunca se ha echado atrás, ni antes ni después de Dreyfus.

Pero, por el contrario, su coherencia le honra porque es un acto de realismo político auténtico, es decir, de clarividencia democrática. Un gesto que sirve para contener el devastador populismo de la política-frivolidad y la desafección de los ciudadanos hacia las instituciones derivada de esa política, un utensilio irrenunciable para el político democrático y reformador.

¿Pero de verdad es tan realista su razonamiento y, por tanto, su decisión? ¿No pasa por alto algunos recursos decisivos que la Constitución francesa pone a su disposición y que permitirían trasformar en fortaleza lo que parece una debilidad?

Un candidato presidencial que declarara desde ya la intención de convocar inmediatamente, en caso de victoria, elecciones anticipadas no ya apoyándose en una coalición entre los partidos actuales, sino promoviendo en todas las circunscripciones candidatos del presidente, ¿no respetaría la Constitución de la V República? Dispuesto a dimitir, naturalmente, si no lograra este segundo voto de investidura. Y, por esa vía -dentro precisamente del espíritu de la Constitución- ¿no construiría un nuevo movimiento político "liberal" y reformador que encontraría a muchos de sus diputados en el seno de la mejor energía de la sociedad civil, que jamás surgirá por mera evolución de los actuales partidos de izquierda y que podría reconciliar a muchos ciudadanos con la política? ¿Acaso la gran red de estima y confianza de la que goza usted, formada por hombres y mujeres dipuestos a comprometerse a su lado, está menos estructurada de lo que lo estaba en su origen el movimiento del que disponía De Gaulle?

Con un afectuosísimo saludo y una esperanza se despide de usted un ciudadano europeo y de izquierdas.

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