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Los ex comunistas son favoritos en los comicios de hoy en Bulgaria

Si los ex comunistas búlgaros, renombrados en 1990 Partido Socialista Búlgaro (BSS), ganan hoy las elecciones anticipadas, como vaticinan todos los sondeos previos, el país balcánico se situará en la estela de moda en Europa del Este, la de Polonia y Hungría, caracterizada porque el desencanto con el poscomunismo y la nostalgia de tiempos económicamente mejores está reinstalando en el poder a quienes nunca han perdido realmente los resortes para manejarlo. Las particularidades del caso búlgaro -caos en la arena política, privatización paralizada y economía en estado comatoso- hacen especialmente sintomático el relevo.

Ningún Gobierno desde la caída del dictador Todor Jivkov, en 1989, ha sido capaz de mantener coaliciones eficaces que apoyaran las reformas y vencieran la resistencia al cambio de los antiguos jefes comunistas. El último, uno de tecnócratas presidido desde finales de 1992 por el dimisionario Lyuben Berov, un hombre enfermo de 68 años. La consecuencia es que las promesas de democracia política y reforma económica están sustancialmente incumplidas en Bulgaria.Un triángulo de hierro bloquea la evolución hacia el capitalismo. Lo forman empresarios con pasado en la nomenklatura, directivos de empresas estatales y poderosos burócratas instalados en los ministerios. Algunos se han hecho riquísimos explotando negocios ilegales y conexiones políticas. Es la denominada mafia roja. Nadie se opone a la privatización de la economía, pero nadie la hace.

El sistema político es demasiado débil para digerir cierres masivos y desempleo galopante, a pesar de que dos tercios de las empresas del sector estatal que domina el 90% de la actividad económica, están en permanentes números rojos.

Bulgaria no tiene contenciosos exteriores, salvo una parroquial disputa lingüística con su vecina Macedonia. Su conflicto es interior. Sofía, que mantiene buenas relaciones con Rusia, aspira a la integración en la OTAN y las instituciones europeas y se opone a cualquier alianza política en los Balcanes, sea horizontal (Tirana-SkopJe-Ankara) o vertical (Moscú-Belgrado-Atenas). Se queja de que el embargo internacional contra Serbia le ha supuesto perder 3.000 o 4.000 millones de dólares.

La economía, el sistema político y la misma mentalidad colectiva se balancean en Bulgaria -donde la mayoría de las familias vive con un salario mensual de 12.000 o 13.000 pesetas- entre un pasado autoritario y unas diluidas esperanzas democráticas. Dos cosas preocupan sobre todo a sus ciudadanos: una creciente pobreza y el aumento de la delincuencia organizada. Sobre el segundo punto, un moderado como el presidente Yeliu Yelev, un filósofo ex disidente de 60 años, considera la reinstauración de la pena de muerte.

Los datos económicos son contundentes. El desempleo ronda el 19%, y se duplica entre los jóvenes; la inflación en 1994 acaricia el 100%; el producto interior cae por quinto año consecutivo (-2% este año). El Fondo Monetario, que junto, con el Banco Mundial se muestra indulgente con Sofía, estimaba el mes pasado que Bulgaria tiene la inflación mayor y el crecimiento más bajo de Europa del Este.En estas condiciones, la mayoría de los nueve millones de búlgaros, de ellos dos y medio son pensionistas, sobrevive gracias a una mezcla de habilidad para improvisar amistades, subempleos, chapuzas y parientes en el campo. Este es el paisaje que tienen por delante si ganan los ex comunistas búlgaros, a quienes los últimos sondeos otorgan un 30% de intención de voto. Su jefe, Zhan Videnov, es un economista joven con fama de listo, que favorece las privatizaciones y mantiene el equilibrio entre los socialdemócratas y la vieja guardia.

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Hasta 47 partidos concurren a la renovación de los 240 escaños del Parlamento, pero el juego real es sólo a dos: los socialistas y los anticomunistas, encuadrados éstos en la Unión de Fuerzas Democráticas (SDS), una coalición de más de una docena de miembros rota por sus luchas internas. Las alternativas centristas carecen de unidad y organización y probablemente no pasarán la barrera del 4% de los votos. Quizá sí los monárquicos, que piden la vuelta de Simeón II, exiliado en España. La minoría turca, un millón de personas, tiene su propio partido, el Movimiento por los Derechos y las Libertades, también trufado de rencillas. Neocomunistas y turcos apoyaron hasta septiembre pasado al Gobierno dimisionario de Berov.

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