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Italia sin...

Quizá sea cierto que Antonio di Pietro estaba cansado de ser utilizado como bandera y estandarte (como ha dicho Giuliano Ferrara intentando sacar ventaja de la dimisión del símbolo de Manos Limpias). Quizá sea cierto que ha perdido la serenidad necesaria en su función de magistrado y que no tenía otra salida que la de retirarse para llevar una vida contemplativa (¿pero no había utilizado ya este argumento el Tribunal Supremo para decidir la transferencia a Brescia del proceso contra el general Cerciello?).O este astuto campesino, al ver cómo se agotaba el empuje de los procesos en una sabana en la que, a cada paso, uno se enreda en matorrales Henos de zarzas y espinas, haya querido abrirse un nuevo camino, una salida política por donde proseguir su servicio a la sociedad, y mientras tanto sentarse en el banquillo como reserva de la República.

Todo es posible, y ninguno de nosotros puede arrogarse estar en la cabeza del fiscal número uno en la moralización italiana. Sin embargo, algún que otro retazo de palabras suyas, escuchadas en circunstancias especiales, dictadas por la emoción de los hechos, de los enfrentamientos, de las incomprensiones, de las tentativas de atar esas manos limpias que los fiscales de su equipo habían puesto al servicio del país, puede aclararnos el significado profundo de lo ocurrido en estas atormentadas horas y. de lo que podría suceder tras su dimisión como magistrado.

"Con ella desaparecen mis raíces más íntimas, de las que sacaba fuerza y me nutría. Siento que tendré que volver a esta tierra para reencontrarme y recuperar la energía para proseguir mi trabajo y mi vida". Montenero di Bisaccia, el día de la muerte de su madre.

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"Me recriminan haber tardado en avisar al Tribunal de Milán de que uno de los empleados de nuestro Palacio de Justicia había sido condenado por receptación. Me acusan de escaso rendimiento precisamente en la fase en la que estábamos abriendo los sótanos de Tangentópolis. Esta acusación haría reír si no demostrara con qué ánimo han venido a interrogarnos". Milán, víspera de la inspección ministerial al equipo de Manos Limpias.

"La prueba lógica que inculpa a Berlusconi existe desde hace mucho tiempo, pero no basta, no basta la prueba lógica, se necesitan pruebas concretas. Ahora las tenemos, de aquí la obilgación de proceder. La justicia no puede tener dos pesos y dos medidas, la justicia debe ser igual para todos". Milán, el día en que se notificó el aviso de comparecencia al primer ministro acusado de cooperación en corrupción.

"Ahora no sé qué responderle, he sido informado de la orden del Tribunal de Apelación hace tan sólo cinco minutos. Voy a ver al jefe, intentaremos aclarar la situación. ¿Recuerda lo que le dije cuando murió mi madre? Me voy a comprar un tractor rojo y me haré agricultor. ¿Ha sido deslegitimado mi equipo? Más que eso: mi equipo ha sido destruido, como hicieron con Falcone". Milán, el día del dictamen de la sección del Tribunal Supremo sobre el recurso del general de la Guardia de Finanzas, Cerciello.

Quizá estuviera cansado de ser utilizado como bandera y estandarte, quizá quiera entrar, también él, en la contienda política, o quizá quiera realmente comprarse el tractor rojo y trabajar la tierra en Montenero di Bisaccia. Está claro que le han empujado a ello, con alabanzas y amenazas, con sonrisas e insultos. Le han empujado a dimitir y ahora todos, sin excepción, le alabarán, le estrecharán la mano por haber dado un paso atrás, por "haber restituido la normalidad en la justicia"; le tenderán puentes de plata y, aún más, intentarán utilizarlo como salvavidas, como balsa de un Gobierno que está agonizando. Le ofrecerán ministerios de los que ya no pueden disponer, intentarán ganarlo para su causa, ponerlo como ejemplo de moderación tras de haberlo vilipendiado como conspirador y exhibicionista. Interpretarán, en suma, la acostumbrada comedia a la italiana, llena de retórica e hipocresía..

Entretanto, los lectores bloquean. los teléfonos de las redacciones; muchos, tras las primeras palabras, rompen a llorar. En el país de los gatopardos, se interpreta un psicodrama titulado No nos dejes, no te vayas. Pero es tarde, demasiado tarde. ¿No lo pensaron ustedes cuando votaron el 27 de marzo? ¿No lo habían comprendido? ¿Querían lo nuevo? Pues ahora lo tienen, aunque apeste condenadamente a restauración.

Este Gobierno y esta mayoría tenían en mente desde que tomaron posesión de su cargo algunos objetivos que realizar bajo la enseña de una estrategia coherente: destruir u ocupar los órganos que proporcionan garantías, los organismos autónomos del poder político. Y éstos eran la red de la televisión pública, el Banco de Italia, la magistratura en general y la Fiscalía de Milán en particular, y, por último, la presidencia de la República. Durante seis meses, Gobierno y mayoría no se han ocupado más que de llevar a la práctica esta estrategia. Por eso no han gobernado. Y no porque la oposición lo hiciera imposible o difícil, sino por que estaban en otros asuntos.

En el caso de la RAI, lo lograron al primer golpe; con el Banco de Italia han andado muy cerca, y si no lo han conseguido ha sido porque el espectro de los mercados financieros los ha disuadido, aunque también el organismo emisor ha salido malparado y debilitado del encuentro.

Con el equipo de Manos Limpias la batalla ha sido más larga, ha registrado fases distintas y alternativas, se ha desarrollado con una tenaz insistencia de gol pes al hígado. La dimisión de Di Pietro marca un giro, aunque las reacciones de la opinión pública se anuncian imponentes. Pero la firme declaración hecha pública por el fiscal jefe, Francesco Saverio Borrelli, en televisión es un trallazo a las maniobras en mar cha para deshacer Manos Limpias. "Di Pietro abandona por serias y graves razones, frente al incremento de ataques incluso injuriosos contra nosotros, pero todos permanecemos en nuestro puesto la acción por la recuperación de la legalidad en nuestro país continúa y yo me ofrezco como garante".

En este punto, será difícil desmantelar Manos Limpias, ya que nunca el apoyo de la opinión pública ha sido más compacto y solidario que ahora. Quien quisiera tratar de separar a Borrellí de Di Pietro, a pesar de lo diferente de sus respectivas posiciones, se daría de cabeza contra la pared. El fiscal Davigo, otro de los miembros históricos del equipo de Di Pietro, había dicho pocos minutos antes de que se conociera la dimisión de Di Pietro: "Decida lo que decida, será para reforzar la acción de la justicia y no para debilitarla. De esto todos estamos absolutamente seguros".

En un primer balance político de esta convulsa jornada surge una realidad: el Gobierno ha entrado en agonía, la dimisión de Di Pietro le ha dado la puntilla, porque cuando el héroe se convierte en víctima no hay distinción que se sostenga: el imaginario popular adquiere una fuerza impulsora imposible de contener.

Todos habríamos preferido que los jueces no hubieran entrado en liza; nadie desea un partido de los jueces, sería grave que eso sucediera en esta Italia disparatada y confusa. Era necesario, pues, no invocarlo, era necesario dejarlos hacer su trabajo y preparar mientras tanto procedimientos apropiados para cerrar Tangentópolis con justicia y celeridad, creando instrumentos rigurosos para evitar que se reproduzcan los daños de la corrupción.

No se ha hecho; es más, se ha hecho lo contrario. Se ha identificado a los jueces con la oposición, se ha tratado de sustraerles sus competencias y la posibilidad de concluir el trabajo empezado, consecuencia inevitable del hecho de que a la cabeza del Gobierno estuviera un personaje que "tenía cadáveres en el armario". Borrelli estuvo lanzando algún tiempo la advertencia: quien no esté en regla con su pasado, que no se meta en política para evitar conflictos graves, desgarrones peligrosos en el tejido institucional. No se le escuchó. Las consecuencias están a la vista.

Ahora es necesario pensar en el mañana.

La Fiscalía de Milán convocó hace dos semanas al primer ministro para que aclarara su situación judicial. Tras lo sucedido, esta aclaración no puede demorarse ni un día más. El Consejo Superior de la Magistratura deberá responder a las preguntas de Borrelli sobre los límites de la acción de, inspección y sobre "qué hacer" en caso de que esos límites fijados rigurosamente por la ley hubieran sido sobrepasados, invadiendo el celosísimo campo del poder judicial.

Entretanto, que la política siga su curso. Va en interés de todo el país que se apruebe sin más demora la ley financiera, con las enmiendas acordadas con los sindicatos. Va en interés de todo el país que la aclaración en el seno de la mayoría se haga hasta el fondo. Los sueños han terminado. Cuando se deja de soñar, hay que volver a vérselas con la dura realidad, que requiere lucidez en el juicio, sentido del Estado, dedicación al interés general y dejar a un lado todo extremismo y todo sectarismo.

Eugenio Scalfari es director del diario italiano La Repubblica.

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