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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Moscú, incoherente

EL MINISTRO de Defensa de Rusia, Grachov, y el presidente de la República de Chechenia, Dudaeiv, se han entrevistado al fin y han acordado proseguir las conversaciones para evitar el recurso a las armas. Ha prevalecido la sensatez. La noticia de ese encuentro, aunque en él no se haya llegado a una solución sobre el fondo del problema, ha sido acogida con alivio. Dudaeiv no renuncia al principio de la independencia de Chechenia. Los rusos, que hasta hace una semana consideraban este asunto como un auténtico casus belli, aceptan ahora el principio de la negociación. El conflicto surgió en 1991, a raíz de la declaración unilateral de independencia de ese territorio, que formaba parte de la antigua república autónoma de Chechenia-Ingusia, de 1,2 millones de habitantes, integrada en la Federación Rusa. Esa decisión fue luego ratificada en varias consultas populares, a la vez que Dudaiev era elegido presidente de la república por aplastante mayoría.Lo que resulta incomprensible en la actitud de Yeltsin durante las últimas semanas es que haya dado a entender que emplearía la fuerza para acabar con la rebelión chechena. Para ello ha enviado tropas con tanques y aviación a la frontera del territorio. Los rusos han utilizado los métodos típicos del agresor que no quiere aparecer como tal: han creado y apoyado una oposición interior, la han ayudado con soldados (por eso los chechenos han presentado a prisioneros rusos ante los medios de comunicación) y han usado la aviación para atacar Grosni. Negaron haberlo hecho hasta que el general Grachov ha admitido la evidencia.

El choque en la dirección rusa entre sectores radicalmente nacionalistas y otros más moderados a propósito de esta cuestión refleja las contradicciones del Gobierno de Yeltsin. Es cierto que la independencia de Chechenia, tomada en términos literales, es un absurdo: se trata de un pueblo de escasa población y territorio, en pleno Cáucaso, inviable a todas luces como Estado. Sin. embargo, un ataque ruso contra Chechenia podría despertar, en ese Cáucaso siempre conflictivo, una imparable oleada de odio y violencia. Se ha, evitado, así pues, lo peor. La actitud de la dirección rusa es tanto más incomprensible a la vista del esfuerzo de Moscú en el plano internacional para que se acepte cierta hegemonía suya sobre los países que, ayer fueron parte de la URSS. Con su política hacia "el extranjero cercano" ha colocado tropas en Georgia, Armenia, Moldavia... con la aprobación de los respectivos Gobiernos. Pero si utilizase su Ejército para atacar a una república que ha actuado como independiente durante varios años (aunque formalmente pertenezca a Rusia), provocaría el despertar de todos los viejos recelos hacia su expansionismo.

La negociación con los separatistas chechenos llevará su tiempo, porque la actitud nacionalista, sobre todo cuando está en una fase de exacerbación (como ocurre cuando hay una sensación de amenaza), tiende a la intransigencia. Pero Rusia tiene tiempo, sobre todo porque no aparecen factores interiores, ni siquiera entre los nacionalistas de la Duma, que exijan el recurso a las armas.

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