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REINO UNIDO

Dilo a gritos

Durante años, se sentó en las filas de atrás de la clase dejando vagar su mente. Al principio, los profesores le gritaban por su ignorancia; después, simplemente la ignoraron. Pero se graduó, recibió un diploma que elogiaba su "nivel aceptable de aprovechamiento" y entró en el mundo del día a día. En todo aquel tiempo, nadie se dio cuenta de que no sabía leer. Ni los profesores, ni el director, ni sus padres, ni sus jefes, ni siquiera su novio. Finalmente, y sólo cuando ya era adulta, Sue Torr, de Plymoth (Inglaterra), compartió su vergüenza, la vergüenza que, alarmantemente, comparten 30 millones de analfabetos en la Europa de hoy y muchos millones más en todo el mundo. Con esfuerzo, aprendió a leer. Y derramó su furia por la forma en que el sistema le había estafado en una obra que ha obtenido premios. Esta es la fascinante historia de Sue Torr.No podía permitir que nadie se enterara. Durante 30 años, Sue Torr, que ahora tiene 42 años, graduada en un colegio de secundaria de Plymouth, divorciada, madre de tres hijos, vivió de su ingenio, ocultando siempre el hecho de que, aunque había ido al colegio, no sabía leer ni escribir. Ahora sabe, al menos pasablemente, y esto la ha convertido en una especie de estrella: ha escrito una obra sobre su historia, Shout It Out (Dilo a gritos). Radio Devon, la filial de la BBC de Plymouth, produjo un programa con su obra. Y los miembros del jurado encontraron este atisbo de la vida en el mundo de los analfabetos tan conmovedor, tan impresionante, tan útil a la comunidad que este año le otorgaron el premio Sony, el premio más prestigioso a un programa de radio en Gran Bretaña.

Ahora es alguien, tiene su premio e incluso puede leer las palabras de elogio que la gente ha escrito sobre su historia. Le encanta hojear periódicos y revistas como Woman o Take a Break, o el Daily Mail; es como una segunda infancia para ella. Pero Sue no es ni mucho menos la única. Unos 30 millones de analfabetos viven en la ilustrada Europa de hoy: según los cálculos, hay seis millones en Gran Bretaña, cuatro millones en Alemania. Todo lo que hay son cálculos, porque nadie quiere reconocer la vergüenza del analfabetismo.

Sistema indiferente

Pero Sue Torr la ha reconocido, y la historia que cuenta con intensidad tan sorprendente no deja en muy buen lugar al sistema educativo. ¿Qué sucede si un niño tímido tropieza con clases abarrotadas, profesores despreocupados y un sistema escolar indiferente?"Taruga. Cretina. Simple. Idiota". Sue se ríe ahora al pronunciar las palabras con su acento de Devon. Las oyó con mucha frecuencia en circunstancias menos agradables. Creció en una familia de clase obrera en Plymouth. Su padre era pintor y empapelador: su madre se ocupaba de las tareas domésticas y crió a ocho hijos. "Debe haber sido un infierno para ella", dice Sue. A cualquiera que leyera libros en aquella casa se le consideraba raro, por ponerlo de forma suave. Había cosas más importantes que hacer. Pero todos los niños iban todos los días al colegio; así eran las cosas.

Los demás niños aprendieron el abecedario; Sue, no. Todo era muy aburrido y, sin darse cuenta, cruzó la línea que, a ojos de los profesores, separaba los casos difíciles de los imposibles. Se sentaba en las filas traseras de la clase; no se esperaba nada de ella.Gradualmente, el miedo fue adueñándose de ella. Miedo a sus compañeros de clase, que estaban hartos de sus cuchicheos; miedo al profesor, miedo a la clase, a la constante cantinela: "No entiende nada". "Idiota". "Burra".

La sensación de vergüenza y desamparo de Sue se hace patente en su obra: "Allí estaba yo, con la cara colorada, sintiéndome miserable, queriendo gritar, queriendo decirle al profesor que no sabía leer. Por qué no me pregunta '¿Qué es lo que va mal?' o me dice 'Ven a verme después de clase'. Pero no decía nada, ni tampoco ningún otro profesor".

Lo que aprendió fue que los profesores querían vivir en paz. No tenían tiempo para los niños de la última fila. Simplemente era más fácil y se iba más rápido cuando se concentraban en los buenos estudiantes. Cuando tenía que entregar un trabajo por escrito, simplemente hacía garabatos: ¡Qué letra tan horrible tiene esta chica! Pero nadie decía nada; nadie preguntaba cuál era el problema.

El colegio... era un lugar de malas sensaciones, un lugar donde no pasaba nada interesante, excepto en los deportes.

Esperanzadoras mentiras

Cuando por fin llegó la hora de graduarse, Sue salió del edificio canturreando una canción y con un diploma lleno de esperanzadoras mentiras en el bolsillo: "Susan ha completado cuatro años de escolarización aquí con un nivel aceptable de aprovechamiento. Es sincera y fiable, y estoy seguro de que trabajará con ahínco. La recomiendo para cualquier puesto que solicite". Firmado: el Director, 1967.Pero Sue, la graduada con un "nivel aceptable de aprovechamiento" ni siquiera era capaz de leer su diploma. Nadie le preguntó si podía. Ella incluye esto en su obra como un "ejemplo clásico de hipocresía".

Vergüenza oculta

Después de acabar el colegio, no tenía planes ni sueños que realizar. Su única meta era que nadie se percatara de su vergüenza. Sólo buscaba trabajos que no exigieran rellenar pápeles: empaquetadora en un fábrica de harina; señora de los servicios en la universidad...Trabajó un tiempo como camarera y le encantó el trabajo. Pero por la noche volvía a casa agotada. Por la mañana, se estudiaba las primeras letras de los platos del menú del día. Y sólo con mucho esfuerzo era capaz de distinguir la efe de filete y la pe de pescadilla y muchas veces servía a alguien sopa en vez de setas. Y así fue andando a trompicones por "una vida de mentiras", como cientos de miles de analfabetos, todos solos. A los 16 años, Sue se enamoró de un marinero: él tenía que salir a la mar y le mandaba cartas de amor, y ella se sentaba en casa y miraba fijamente las líneas negras sobre el papel blanco. "Léela, es una carta de David", le decía su hermana mayor, "léela en voz alta". Ella intentaba ver dónde ponía 'Te quiero' y, cuidadosamente, copiaba frases para enviarle la respuesta. Sus cartas siempre eran aburridas, según dijo más tarde su futuro marido.

Sorprendentemente, su hijo Glen era un estudiante excelente. A su hija no le importaba gran cosa el colegio, pero su hijo era un verdadero talento. Había resuelto el rompecabezas de los símbolos que forman palabras; el secreto le pertenecía. Después del divorcio, Glen era el único que le escribía las cosas. Ella empezó a depender de él y éste la ayudaba con palabras básicas como "mantequilla", "azúcar" o "té". Nunca traicionó su secreto.

Quizá fue el pensar que seguramente su hijo despreciaría su ignorancia lo que finalmente la llevó a confesar su problema a una extraña: una asistente social. La mujer ayudó a Sue; cuando ésta pudo por fin leer su primera frase, se sentó y lloró.

Pasó un tiempo antes de que descubriera por fin que tenía derecho a sentirse traicionada, que sencillamente no está bien que un niño vaya al colegio durante 10 años y no aprenda nada. ¡Nada! Su furia fue acumulándose, hasta que finalmente escribió la obra. Todo el tiempo estuvo aprendiendo más sobre un mundo donde no sólo existen cosas, sino también símbolos que representan esas cosas. "He aprendido a pensar", dice.

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