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La fábrica de la fama

En la época en que Madrid no tenía fábricas, Ramón de Mesonero Romanos escribió que en la capital de España había una industria que podía competir con ventaja con las de Bilbao o Barcelona. "Madrid", decía el autor de las Escenas matritenses, "es una fábrica de reputaciones". Es cierto. Aquí se manufactura la buena o mala fama, el buen o mal nombre de las personas que luego se transmite a todo el país. Y el mismo entusiasmo que Madrid pone en encumbrar a la gente, lo aplica a denigrarla. Estamos ahora en esta segunda fase, en la del derribo de prestigios que Madrid lanzó a la gloria. Hay quien lo merece, qué duda cabe. Pero también pasa aquello de que pagan justos por pecadores. Por todas partes han salido inquisidores dispuestos a llevar a quien se ponga por delante ante el santo tribunal que entiende de los procesos de "limpieza de sangre". Y entre ellos hay personas que en otras épocas disculparon corruptelas propias y ajenas y hoy se erigen en paladines de la moral pública.

Hasta ahora, los inquisidores eran todos laicos. Pero he aquí que la Conferencia Episcopal ha terciado en el debate. ¡Los curas en política, lo que nos faltaba! Pero no lo ha hecho para decir, que hay que ser bueno, no robar ni hacer negocios sucios. Ha propuesto como solución "un cambio de personas". La gente se alarmó al principio. ¿Estará proponiendo la Iglesia un cambio de Gobierno? En el PP no faltó quien se frontara las manos ante la idea de ver a José María Aznar entrar bajo palio en La Moncloa. Pero, no. El presidente de la Conferencia Episcopal se refería sólo a "un cambio de personas".

Hombre, ver caras nuevas siempre está bien, pero hay que reconocer que dicho desde el púlpito suena un poco raro, teniendo en cuenta que el Papa y los cardenales son cargos vitalicios. Hace unos días, Su Santidad, que parece tenerla tomada con nosotros, equiparó a la II-República española con los regímenes nazis. Si hemos de mirar atrás, podría recordársele a la Conferencia Episcopal cuando propone "cambios de personas", que el apoyo de la Iglesia fue decisivo para que un dictador durara 40 años. Yo creo que lo que les pasa a los monseñores es aquello que un hermano suyo en el episcopado, el cardenal Tarancón, dicen que dijo de ellos: "Tienen tortícolis de tanto mirar a Roma".

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