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Tribuna
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La alternativa

La casa de Paul Léautaud, francés del siglo, uno de los grandes escritores de cualquier lugar, de cualquier tiempo, no tenía jardín, sino necrópolis. Lo explica Roberto Calasso en Treinta y nueve escalones, una colección de breves ensayos sobre los patrones de la cultura contemporánea que acaba de publicarse en español (Anagrama). En un amplio terreno, aparentemente yermo, pero exuberante y muy nutrido en su subsuelo, dormían para siempre los más de trescientos gatos y ciento cincuenta perros que el relativo misántropo llegó a recoger a lo largo de su vida. Al parecer, conocía perfectamente el lugar donde estaba enterrado cada uno y a cada uno podía llamarlo por su nombre cuando su ánimo le aconsejaba algún ejercicio de ultratumba. Coleccionar perros, gatos y mujeres no consta que en la necrópolis hubiera enterrada ninguna de ellas, pero tampoco chocaría y aplicarse en el desmenuzamiento de su época a lo largo y hondo de las más de siete mil páginas que escribió de su Journal, fue lo que le permitió sobrevivir a dos guerras, a dos ocupaciones del París que no abandonaría nunca excepto para viajar a Calais, a conocer a su madre, a enamorarse de su madre. Ese coleccionismo de cuerpos y palabras, esa propuesta moral, le supuso algún que otro problema: cuando le reprocharon no haberse ido del París nazi -y esos reproches tuvieron en algún momento un punto de peligro- contestó. con desprecio: "¿Y quién iba a cuidarse, entonces, de mis gatos?". Y siguió andando, de vuelta a la necrópolis.Dado el ejemplo Léautaud -fructífero, no hay más que leerlo-, dado el retortijón general de España, yo. propongo a mis mayores -a Haro, a Pradera, a Vicent-, vistos sus últimos escritos, que alquilemos una casa con jardín, cercana de Coria, tal vez, y que se funde allí la necrópolis que el tiempo demanda. Cada día un perro, cada día un verso.

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