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Mosaicos

Enrique Gil Calvo

El que a uno le publiquen a comienzos de semana las columnas escritas días antes tiene la desventaja de que los acontecimientos del domingo (como, por ejemplo, unas elecciones autonómicas) pueden desvirtuarlas, lo que suele ser frecuente en un escenario político tan cambiante e imprevisible como el nuestro. Pero a cambio tiene la ventaja de que, si deseas luego recapitular a la semana siguiente esos mismos hechos, dispones de mayor distancia y perspectiva, sin tener que caer en la miopía de la urgencia inmediata.Los recientes comicios del 23-O pueden haber supuesto un cierto giro en la evolución política del País Vasco,como si se hubiese sobrepasado un punto de inflexión. Al menos, así cabe plantearlo a título de hipótesis, partiendo del análisis de los resultados. Tres son los cambios que cabe destacar, a grandes rasgos. Ante todo, el fuerte declive del socialismo vasco, en parte debido a que continúa influyendo gravemente la progresiva deslegitimación del PSOE por su incapacidad para explicar la corrupción. Pero ha sido tanta la caída del PSE, si lo sumamos a EE, que cabe deducir que también ha fracasado, además, la confusa oferta de un nuevo socialismo vasquista, que se ha revelado incapaz de entusiasmar al electorado. De este modo, el partido de Jáuregui y Onaindía ha dejado, de suponer un punto alternativo de referencia, por oposicion al liderazgo nacional del PNV. Y ese papel lo han heredado ahora el PP y UA, por la derecha, e IU por la izquierda.

El segundo cambio es el de un cierto declive del nacionalismo vasco, que ha perdido claramente posiciones en relación a partidos de dirección estatal o localista (como UA). ¿Ha comenzado el posnacionalismo, como dice Jáuregui? ¿O se trata sólo del cansancio acumulado tras décadas de sobresaturación ideológica? Bien pudiera ser, en efecto, que comenzase a declinar la estrella del nacionalismo, pues algo análogo puede comenzar a suceder en Cataluña, tras el descrédito que supondrán para CiU las secuelas del caso De la Rosa. Pero el hecho es que; en Euskadi el PNY pare ce incapaz de articular una hegemonía nacional integradora, por lo que la creciente diversidad de las afiliaciones políticas se encamina hacia un mosaico pluralista de estilo suizo, austro-húngaro, o incluso belga, con fragmentación territorial y duplicación étnica de cada sector del espectro electoral: en vez de valones, vascongados; en un lugar de flamencos, abertzales. Y el tercer rasgo es quizá el más esperanzador: me refiero a que el voto de HB se ha mantenido casi (incluso crece si lo comparamos con las europeas), a pesar de la ausencia de atentados terroristas. Hasta ahora, la reserva del voto radical dependía del poder letal de ETA, cuyas acciones lo realimentaban y cuyas caídas lo reducían. Eso decía muy poco (o decía demasiado) del civismo vasco, pero así eran los hechos: con atentados crecía el voto a HB y sin atentados caía. Pues bien, esto ya no parece ser así. Por

primera vez, el voto a HB parece sostenerse solo, sin depender de ninguna demostración homicida.

La conclusión es que el mosaico político vasco se parece cada vez más al conjunto del mosaico español (¡incluso en su austro-húngara falta de vertebración territorial!), con una representación del PSOE, el PP e IU (más las inevitables siglas autóctonas) equiparable a la que pueda haber en Sevilla, Valencia, La Coruña o Barcelona. Lo cual resulta esperanzador, si lo interpretamos como vuelta a la normalidad.

De hecho, el País Vasco todavía vivía bajo una especie de estado de excepción, como si el reloj de la historia se les hubiese parado en 1981, en pleno corazón de una transición a la democracia que para ellos no había concluido todavía. De ahí su anterior clima de crispada politización extremista. Pues bien, hoy el reloj vasco parece que vuelve a ponerse en hora con la ya vigente en el resto de España. Bienvenida sea esta nueva sincronía, si es que se da y dura, pues eso querrá decir que también en Euskadi ha terminado por fin la transición: y que también allí la democracia se consolida. Así sea.

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