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Hong Kong, los últimos 1.000 días

El tren de la transición pacífica hacia la soberanía china descarrila por la disputa sobre la democratización

El through train une varias veces al día Hong Kong con Cantón sin que los pasajeros se den cuenta siquiera del momento en que se cruza la frontera. La expresión se ha utilizado también para explicar la transferencia, que se pretendía no traumática, de la soberanía británica a la china. Hoy, a menos de mil días (983 exactamente) de que eso ocurra, todo el mundo está de acuerdo en que el tren descarriIa sin remedio. Y es que, como dijo Winston Churchill, "quien diga que entiende Hong Kong es porque no tiene todos los datos".La isla de Hong Kong y la península de Kowloon son británicas por derecho de conquista durante las guerras del opio. Los Nuevos Territorios, auténtico pulmón de la colonia, fueron cedidos en 1898 por un período de 99 años. China los reclamó. Y el Reino Unido decidió devolver toda la colonia porque, mutilada, era inviable. Los suministros esenciales, desde el agua a los alimentos, llegan en su mayor parte de la vecina provincia de Guangdong. El acuerdo alcanzado en 1984 estableció que, el 1 de julio de 1987, Hong Kong se convertiría en una "región administrativa especial", conservando durante 50 años su economía capitalista y su estilo de vida. En resumen: un país-dos sistemas.

La baraja se rompió cuando, en 1982, llegó un nuevo gobernador británico, Chris Patten, ex presidente del Partido Conservador, con la misión de conducir el tránsito hasta el cambio de soberanía y la ambición personal de rehacer una carrera política marcada por la derrota en la lucha por un escaño en los Comunes. Su programa de reformas democráticas moderadas, mediante la elección directa de algunos órganos locales de segundo nivel y la mitad del Consejo Legislativo (Legco), sentó como un tiro en Pekín, cuyos dirigentes mantienen que Londres debe limitarse a entregarles la colonia en 1997 política y económicamente estable. El through train descarriló definitivamente cuando, el pasado septiembre, el Parlamento chino decidió por unanimidad que la estructura política puesta en pie por Patten se disolverá apenas Hong Kong vuelva a manos chinas.

Emily Lau, una ex periodista del influyente semanario South Eastern Economic Review, diputada independiente en el Legco, aparece como la voz enérgica y estentórea en favor de una democratización de la colonia. En el debate celebrado en junio propuso la elección directa de los 60 miembros del consejo, y su propuesta fue derrotada por un voto de diferencia, con gran alivio de Patten, que se habría visto obligado a vetarla, ya que no considera razonable ir más allá de sus propios planes que, por vía directa o indirecta, supondrán la elección democrática de más de la mitad del Legco. La votación se celebrará en 1995, pero el mandato de cuatro años de los consejeros no se cumplirá por completo. China lo interrumpirá dos años después.

Lau admite que el Reino Unido no tiene excesiva legitimidad para defender en Hong Kong una democracia por la que no se preocupó en 150 años, pero cree que la supervivencia del enclave como centro comercial y de servicios de excepcional importancia en el Extremo Oriente de Asia depende de que se conserven las libertades y el imperio de la ley. "No hablo de democracia completa, que no la tenemos, ni la tuvimos nunca", señala, "pero sí de libertad artística, de prensa, de religión, de enseñanza, de elegir dónde vivir y cuántos hijos tener".

Otro de los temores de Lau es que, si no se llega al 1 de junio de 1997 con un sistema legal eficiente y justo, como el ahora existente, la mafia y la corrupción se harán los amos. "Cuando los británicos se vayan, el imperio de la ley se irá con ellos", añade, para expresar su gran temor a que se produzca un éxodo masivo de la clase profesional que ha hecho posible el milagro económico de Hong Kong, auténtica puerta de China por la que se canaliza más de la mitad de las exportaciones de este gigante de 1.200 millones de habitantes y en pleno tránsito, a veces caótico, del comunismo hacia el capitalismo.

No todos podrían huir. De los seis millones de habitantes de la colonia, tan sólo unos 750.000, tal vez menos, tendrán un pasaporte que les permita establecerse en un tercer país después de la devolución a China. De hecho, quién más quién menos se cubre las espaldas, incluso el líder de la prochina Alianza Democrática por la Mejora de Hong Kong, Tsang Yok Sing, quien quedó en evidencia cuando se supo que solicitó un pasaporte canadiense y que su familia ya lo tiene. Londres no tiene ninguna intención de dar a los hongkoneses las mismas facilidades que a los gibraltareños o a los habitantes de las Malvinas. Son demasiados.

La Alianza obtuvo unos resultados aceptables en las elecciones del pasado septiembre para los consejos de distrito, experimento democrático que dio mayoría a los independientes y a los dos grupos que, a comienzos de octubre, se fundieron en el Partido Democrático, bajo la dirección de Martin Lee. Este es la más destacada personalidad política de Hong Kong y, pragmatismo obliga, reconoce que no hay más remedio que negociar con China. El propio Patten, en el discurso pronunciado el pasado día 5, ofreció una rama de olivo a China al aceptar un cierto papel para el Comité Preliminar de Trabajo, creado por Pekín para preparar la transición.

Lo más sorprendente es que la inestabilidad creada por esta crisis no parece afectar al dinamismo de Hong, Kong, en plena fiebre inmobiliaria, con precios de las viviendas y oficinas disparados por encima incluso de los de Tokio: hasta tres millones de pesetas el metro cuadrado. El hotel Hilton, en pleno centro del distrito comercial de la isla, va a cerrar porque sus propietarios han sido incapaces de resistir la presión compradora, que ha situado cada una de sus 300 habitaciones por encima del valor de mercado de un millón de dólares.

El boom, una burbuja que los agoreros insisten en que estallará un día u otro, tiene un triple origen: dinero privado chino para la especulación a corto plazo, dinero del Gobierno chino para controlar la economía a medio plazo y dinero internacional, que ya considera a Hong Kong como una ciudad china, pero sin las desventajas de éstas y con servicios y personal al máximo nivel de eficiencia. Ante este flujo pierden significación hechos como la retirada hacia Singapur de la legendaria empresa comercial Jardine Matheson.

La propia clase dirigente China parece interesada en que el modelo de Hong Kong no se venga abajo en 1997. Algunas de las 1.000 empresas controladas por compañías estatales tienen como máximos directivos a hijos de destacados miembros de la nomenklatura (incluido el propio Deng Xiaoping) o cuentan con participación del Ejército. Por eso, aun con el through train descarrilado, el sistema económico de Hong Kong no corre el mismo peligro de muerte que la incipiente democracia puesta en marcha por los británicos justo cuando van a ceder el bastón de mando.

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