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Tribuna
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De rositas

Yerran quienes creen que España es el Chicago de Al Capone o la Sicilia de Cosa Nostra. Aún no: el Congreso de los Diputados ha expuesto en público las tergiversaciones de Conde, De la Rosa está en prisión preventiva; y, sobre todo, Ernesto Ekaizer y yo seguimos vivos.

Muchos jueces españoles carecen de formación económica, por lo que no son capaces de tipificar como delitos actos que cualquier empresario honrado entiende como apropiaciones indebidas, o falsedades en documento mercantil, o estafas disimuladas por fraudes de ley. Es tranquilizador que al menos un juez en Barcelona haya considerado la trayectoria empresarial de Javier como prima facie delictiva.

Las personalidades de Javier de la Rosa y de algunas personas que le rodean tienen todos los elementos para el guión de una película protagonizada por Robert de Niro.

Javier es hombre de costumbres profundamente religiosas, incapaz de distinguir entre su patrimonio y el de las empresas que sus accionistas le han encargado que administre, maniático de la recolección de informaciones, videos, cintas y dossiers, maestro en la distribución de sus beneficios para ganarse voluntades.

Se le ha visto pasar, domingo tras domingo, el cepillo de la parroquia en la que oye misa. Cuando organiza una fiesta para celebrar con sus aliados del momento algún triunfo empresarial, como en ocasión de la formación de Cartera Central, que me lo sé de buena tinta, se ausenta cuando llegan las chicas que ha contratado para sus invitados, pero no apaga las cámaras que registran el embarazoso jolgorio.

Sus odios y venganzas mas se inspiran en la ley del Talión, que en las bienaventuranzas.

De sus colaboradores citaré sólo al abogado Piqué Vidal y al financiero Folchi. A Piqué lo han visto en la televisión: ¿le elegirían ustedes para miembro del Consejo del Poder Judicial, por un casual? A Folchi le conozco de cuando Fraga buscaba con poco tino candidatos de Alianza Popular en Cataluña; eran los tiempos de Bueno (que ayudó a de la Rosa en su negocio de Tierras de Almería y la Garriga Nogués), de Alcaraz (al que llamábamos Alcatraz, y no porque fuera un pájaro). Ya entonces era Folchi, de labios como cuchillos, mirada heladora, interesado proceder, un abogado del Estado en excedencia que conocía todos los trucos.

Cuatro veces cuatro ha repetido Javier de la Rosa su truco financiero para enriquecerse: en el Puerto de Barcelona, en la Garriga Nogués, en KIO y en el Parque de Atracciones (que es lo suyo). Consiste en apoderarse de una sociedad con abundante liquidez, obtener préstamos y avales, y vender a esa sociedad que administra con plenos poderes cuanto activo averiado tenga en ese momento en cartera.

Por ejemplo, la quebrada clínica Teknon que inauguró a bombo y platillo el presidente de la Generalitat, Jordi Pu¡ol, la vendió a las dos semanas a Grand Tibidabo por una cuantiosa suma.

Es posible que el aval de 10.000 millones de pesetas concedido por el Parlamento catalán a instancias de Macià Alavedra y el consiguiente crédito de la Caixa de Tarragona se haya otorgado al parque de atracciones que tanto ilusionaba a Pujol, como alega Macià Alavedra. Pero no cabe duda que esa ayuda pública permitió a De la Rosa financiarse personalmente, con al menos 3.000 millones a costa de Grand Tibidabo. Gato negro, gato blanco, para el caso es igual.

Espero que no pueda Javier de la Rosa seguir celebrando con su padre tránsfuga de la justicia, la libertad de ambos en el barco Blue Legend.

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