Teutones alpinos
El Oberkellner (camarero jefe) es una institución en los viejos cafés de Viena. A sus clientes habituales los tiene perfectamente clasificados. El trato que les otorga depende algo de la simpatía de cada uno y mucho de sus propinas. Robert, el Herr Ober del célebre Café Landtmann saluda a los clientes por su nombre y les premia su asiduidad, y generosidad con un título académico, gran deferencia en una sociedad tan devota de éstos como la vienesa. A mayor afecto y propina, mayor honor. Paco Eguiagaray, periodista vienés de adopción y vocación, escaló ya en la década de los setenta todos los grados de apreciación social desde el Doktor a Herr President -nadie sabe de qué-. Yo alcancé una nada desdeñable impostura como Rektor.
Fue en el Landtmann, hace una década, donde conocí a Jörg Haider. Estaba ya en plena ofensiva para hacerse con el mando del Partido Liberal (FPOE) que aún ostentaba Norbert Steger, un hombre infinitamente aburrido que intentaba mantener la línea liberal -y la coalición con el Partido Socialista- en un partido que siempre tuvo una facción pangermánica ultraderechista y fue cómodo refugio para viejos nazis. Haider nos aseguró a un pequeño grupo de periodistas que se haría con el mando en el partido y acabaría con la coalición. Anunció sus ambiciones en una "lucha sin cuartel para acabar con la corrupta partitocracia" que enfangaba Austria. Estaba en plena perorata el iconoclasta de Carinthia cuando Robert, gran conocedor de gentes, se me acercó y musitó: "Parece un chulo de putas de Klagenfurt".
No se le ocurría a Robert otro título -académico o no- para este personaje tan faltón como bien parecido, tan modernillo de pinta como tenebroso en sus instintos revelados. Gustaba ya por entonces Haider de alternar los atuendos del folklore ruralista con zamarras italianas y lucirse con pulseritas. Solo le faltaba un perro -bull terrier o Rothweiler- para pasar por un proxeneta próspero de provincia. Ahora se ha hecho con el 23% del electorado austriaco y asegura que será canciller en uno o dos años. Con aire de matón y retórica de "al pan, pan y al vino, vino" ha declarado ya obsoleta la democracia parlamentaria. Su intención consecuente es abolirla.
El escritor Joseph Roth solía calificar de Teutones de los Alpes a esos austriacos que quieren suplir con militancia germánica su complejo de inferioridad frente a los alemanes. Con su arrogancia frente a otros pueblos del imperio austro-húngaro, fueron corresponsables de su hundimiento. Formaron después la primera clientela fiel de Hitler en Austria. Son las almas gemelas de los montaraces que, en toda Europa, llaman al asalto de las instituciones de la sociedad abierta y laica. Les mueve la misma desconfianza frente a la cultura urbana y multicultural que alberga Karadz¡c frente a Sarajevo, Zhirinovski frente al cosmopolitismo o los neonazis alemanes ante la "pérdida de identidad por la invasión de los inmigrantes".
Teutones de los Alpes son aquellos que niegan la diversidad, que temen al diferente, que quieren expulsar a los extranjeros e ignorar al Tercer Mundo porque -se oye mucho- "la caridad bien entendida empieza por uno mismo", que descalifican a los políticos y a los parlamentos, que quieren poner orden de una vez por todas, que hablan con añoranza de la honradez de pasadas dictaduras, desprecian como debilidad a la mesura e insultan a quien no se adhiere a sus tesis. Se nutren tanto de la insatisfacción objetiva ante las dificultades económicas y las debilidades y flaquezas de los partidos como del miedo que ellos se encargan de generar y difundir.
Como al morir Roth en 1939, surgen en toda Europa. Pero hoy no los dirigen como entonces generales africanistas ni fascistas iluminados. Son los chulos, especuladores y pícaros los que, en nombre de la virtud, se han puesto a la cabeza de la manifestación contra la democracia.
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