La reforma Protestante
Una de las cosas que más me impresionó en el bachillerato fue la historia según la cual Lutero se convirtió a la religión un día en que un rayo partió a un amigo con el que paseaba por el bosque. Al parecer, iban hablando con cierta ligereza de algunas cuestiones teológicas, de manera que, aunque la descarga eléctrica no le rozó, el arrepentimiento debió de alcanzarle en pleno rostro, porque Lutero ingresó enseguida en los agustinos, donde perdió el miedo a Dios, al menos al Dios de Roma, lo que le permitió poner en marcha su reforma.Nunca supe si se trataba de una historia verdadera, porque nos la contó un cura muy fantasioso, pero desde entonces, siempre que veo un rayo, me acuerdo de Lutero y de su amigo carbonizado, y de la Reforma y la Contrarreforma. Por lo demás, no, sabía de nadie que hubiera tenido este curioso fin hasta que el otro día leí en el periódico el desgraciado suceso del zoológico. El cielo no fue a cebarse esta vez en un pedante universitario alemán del siglo XVI, sino en un modesto panadero español del siglo XX que había ido con su familia a pasar el día en compañía de los animales. Qué contraste para mi imaginario luterano.
Es inherente a nuestra condición no conocer el día ni la hora, pero yo habría apostado cien contra uno que no era posible perecer un domingo, a las 16.30, en el minizoo de la Casa de Campo, y víctima del único rayo que cayo ese día en toda la ciudad. Porque es que el domingo pasado, según la crónica de Vicente G. Olaya aparecida el martes en este suplementeo, sólo cayó un rayo en Madrid capital, vaya por Dios, no sabe uno el día ni la hora. En toda España cayeron 6.624 rayos: por lo visto, y siempre según la crónica del citado G. Olaya, el Instituto Meteorológico Nacional los contabiliza, y hay que suponer que no se les escapa ni uno. Que trabajo tan raro, ¿no?, éste de contar los rayos que caen y anotar si te parten o dejan de partirte.
Lo normal es que no te partan, ya digo; de hecho, yo siempre había pensado que el miedo al rayo era característico de ancianas supersticiosas o meramente beatas, pues, aunque he oído, como todos, esas historias de rayos que entran por una ventana y salen por otra después de haber dejado seca a una familia de cinco miembros que rezaba el rosario sin la debida devoción, nunca me las he llegado a creer. Tampoco creí entonces lo de Lutero: pensé que se trataba de Ilustrar lo que le puede suceder a uno si no trata con delicadeza las cuestiones teológicas. Pero después del suceso del domingo un nuevo temor ha pasado a engrosar mi ya larga lista de inseguridades: en Madrid, no sólo te puede caer una cornisa en la cabeza cuando vas a por el fascículo de la semana, sino que te Puede Partir realmente un rayo. La frase hecha que te parta un rayo contiene, pues, el mismo grado de probabilidad que aquella otra que dice: que te mueras. De hecho, la gente se muere, incluso aunque no se lo desee nadie. Ahora vemos que también es Víctima de los rayos, como el amigo de Lutero. Lo que pasa es que el amigo de Lutero era un pedante que seguramente estaba poniendo en cuestión la virginidad de María cuando cayó sobre él la furia divina en forma de descarga eléctrica, mientras que el panadero de Móstoles no se metía con nadie: estaba enseñando a su hijo a acariciar un ternero.
Las cosas, pues, se están poniendo realmente difíciles para mí en esta ciudad. Ya sé que hay una lotería al revés, según la cual puede tocarte que te atraquen, que te acuchillen o que te roben el coche, pongo por caso, y todo eso está en mis presupuestos. Pero ahora he de añadir la posibilidad de que me parta un rayo antes de que me dé tiempo a emprender una reforma protestante.
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