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Reportaje:

Cara y cruz en China

El tránsito vertiginoso del comunismo al capitalismo deja un rastro de víctimas y nuevos ricos

ENVIADO ESPECIALCentenares de campesinos han convertido la gran explanada situada frente a la estación de ferrocarril de Cantón en una especie de campo de refugiados en el que se tuestan durante el día y tiritan por la noche. Llegaron en busca de trabajo, desde la China profunda, agrícola y atrasada, atraídos por el brillo de prosperidad que irradia desde hace años el nuevo Eldorado, el sur costero de este inmenso país de 1.200 millones de habitantes. Y se encontraron con que ni siquiera en Cantón, uno de los emblemas de la reforma económica, de la transición del comunismo al capitalismo, donde las bicicletas dejan paso de vez en cuando a Mercedes y Toyotas, está garantizado que no se va a terminar mendigando unas monedas por la calle.

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Aunque no hay ninguna seguridad de que al final del camino se va a encontrar un puesto de trabajo decente, el gigantesco éxodo humano no se detiene. Tal vez afecte ya a más de 100 millones, de personas. Rumbo a Shanghai, a Xiamen, a Pekín, a Shenzhen, al propio Cantón... Rumbo a las zonas en las que se concentra un crecimiento económico vertiginoso y explosivo (puede que supere el 13% este año), que alarma a unas autoridades incapaces de controlar los efectos indeseados, como la inflación, superior al 25% en el conjunto de las 35 principales ciudades del país.

Cantón es el laboratorio ideal de la transición del comunismo al capitalismo en China. Sun Yat-sen, Mao Zedong y Zhou Enlai enseñaron aquí. Y aquí estalló en 1911 la primera insurrección contra la sumisión de la dinastía manchú a las potencias extranjeras. Cantón (Guangzhou, en chino) es la capital de la provincia de Guangdong, en la que el poder central, personificado por el hoy nonagenario y enfermo Deng Xiaoping, decidió, allá por 1980, crear tres zonas económicas especiales (ZEE) en las que experimentar el cambio hacia la economía de mercado y atraer al capital extranjero. En los 10 años siguientes, más del 50% del total de la inversión exterior en China fue a parar a esta provincia. El motivo está claro: la proximidad de Hong Kong, el activo centro de comercio y servicios que, además, pasará de manos británicas a chinas dentro de apenas mil días.

Posteriormente, se crearon otras dos zonas especiales: una en la isla de Hainan y otra en Xiamen, en la provincia de,Fujian, a tiro de piedra de Taiwan, la provincia rebelde que se ha convertido en el segundo inversor extranjero en China, por detrás tan sólo de Hong Kong. La última zona especial se ha establecido en Pudong, en la ciudad de Shanghai, una metrópoli que aspira a ser la capital económica de China. Hay que estar allí cuando China despierte de verdad y ponga en marcha el mayor mercado del mundo, 1.200 millones de consumidores.

En las zonas especiales se concede un tratamiento fiscal privilegiado a la inversión. extranjera, que se canaliza mayoritariamente hacia la exportación. Las reducciones de impuestos se aplican también, de acuerdo a regulaciones diversas, en 14 ciudades costeras y en cinco zonas económicas abiertas.

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Pero es la franja costera del sureste del país la que está en ebullición a causa del boom. La población afectada apenas si alcanza los 300 millones de personas. Al resto de China, la reforma, y sobre todo la prosperidad, llega con cuentagotas... o no llega, lo que supone un riesgo de, explosión que algunos analistas estiman que puede afectar a la propia unidad del país.

El capitalismo, a veces salvaje, coexiste en China con el monopolio de poder del partido comunista (PCCh). El régimen se esfuerza por dar la sensación de que no afloja las riendas y tiene la situación bajo control. El pasado 1 de octubre reunió en la plaza pequinesa de Tiananmen, para celebrar el 450 aniversario del triunfo comunista, a más de 100.000 personas. Nada parecido se había hecho desde que, cinco años atrás, se reprimió a sangre y fuego, en esa misma plaza y en las calles adyacentes, una revuelta que, más que democracia, exigía acabar con los efectos indeseados de la reforma económica, empezando por la corrupción. El precio a pagar fue de varios. centenares de vidas.

Pese al avance de Shanghai, el escaparate principal de la reforma sigue siendo Guangdong, con sus tres zonas especiales y su capital, Cantón, de cinco millones de habitantes y escenario de desigualdades flagrantes. En el hotel Cisne Blanco, en la isla de Shamian, que conserva los edificios europeos de la época de las concesiones y las guerras del opio, chinos ricos con coches de lujo compran piezas de jade o marfil que cuestan millones de pesetas. Hace unos años ni siquiera podían alojarse allí. No muy lejos, la calle es el hogar de algunos pequeños comerciantes de un mercado en el que se vende vivo todo lo que se mueva (ratas, mofetas, perros, gatos y jabalíes incluidos) porque aquí es tradición que "se come cualquier cosa que tenga cuatro patas".

Una comida para dos personas en un restaurante chino que está lejos de ser lujoso cuesta unos 100 yuanes (unas 1.600 pesetas). Un profesor universitario puede que no gane más de 800. Funcionarios y otros trabajadores con sueldo fijo son, junto a los pensionistas, las principales víctimas del recalentamiento excesivo de la economía, que ha disparado los precios y abierto un abismo entre los nuevos ricos y los pobres de siempre. Pero, como dijo Deng, enriquecerse es glorioso".

El propio viceprimer ministro Zhu Rongji asegura que la inflación (por encima del 25% en las principales ciudades) no le deja dormir. Por culpa de ésta, del incipiente paro y de los bajos salarios, el 30% de la población vio reducidos en 1993 sus ingresos reales . El ministro de Sanidad QIan Xiuzhong ha denunciado que numerosos médicos sólo atienden a los enfermos previo pago de sobornos.

Y es que el crecimiento del producto interior bruto es casi imposible de controlar. Pekín quiere que este año no crezca por encima del 10%, pero no se descarta que supere el 13%. La apuesta por el dinero fácil hace florecer la corrupción y socava las raíces de un sistema que sólo de nombre es ya comunista y que persiste en seguir conjugando la apertura económica y la cerrazón política.

Pese a todo, la reforma sigue adelante, y ni los más agoreros se atreven a pronosticar que la vía capitalista y de economía de mercado vaya a estar en peligro. La vuelta atrás al sistema comunista parece descartada. Pero es casi imposible que 1.200 millones de chinos vayan a encontrarse pronto con la posibilidad de acudir a un surtido supermercado y llenar el carrito de la compra.

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