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Jesulín, el de las 9.000

Ángel S. Harguindey

Los más listos no se cansarán de repetir hasta la saciedad que todo es una hábil operación de imagen, con lo que demostrarán no ser tan listos ya que lo primero que se les ocurre es una obviedad: todo es una operación de imagen, hasta el comer (en este caso la imagen es la de la supervivencia del género humano).Los más ortodoxos dirán cualquier cosa pero Siempre dentro de esa particular visión de la vida y el arte que parece consistir en afirmar rotundamente que todo es un desastre, que los tiempos pasados eran espléndidos y que el presente es pura mezquindad, estafa o chabacanería. Defender a capa y espada la doctrina fundamental de cualquier secta o sistema debe ser tan fatigoso que la única salida razonable que encuentra el sabio instinto es la querencia autodestructiva.

El resto de los mortales, o una buena parte de ellos, asistiremos gozosos al acontecimiento: Jesulín de Ubrique se encierra hoy en la plaza de toros de Aranjuez en una corrida sólo para mujeres a las que, naturalmente, invita el maestro. 9.000 damas bajo el lema Va por ellas dispuestas a disfrutar de una tarde en la que un admirador del género femenino pone a su disposición la plaza, los toros y, por supuesto, su propio cuerpo. No se puede pedir más. Imagen, heterodoxia y entrega.

Son tiempos difíciles, es verdad, y muchos de los grandes principios teóricos se han derrumbado estrepitosamente pero aún quedan dos o tres cosas en la vida que parecen aferrarse con constancia en el sentir de las gentes: los grandes almacenes, la atracción por el otro o la otra y el lotazo con bote acumulado para poder dar rienda suelta a tanta insatisfacción. Jesulín, está claro, puede comprarse ya mismo la planta entera de Afganistán en El Corte Inglés; su admiración por las mujeres no sólo es pública y notoria: desde hoy es multitudinaria y excluyente, y no necesita acertar ningún pleno redentor. Casi podría afirmarse que es el paradigma de la felicidad mal que les pese a los ortodoxos que añoran aquella faena de 1952 en una tarde de sol, pipas y autarquía. Dicen los entendidos que lo que hace Jesulín es cualquier cosa menos torear, que tiene truco. Puede ser. También es cierto que habría que recopilar el número de comentarios similares que se han hecho a lo largo de la secular historia de los toros porque eso permitiría comprobar un par de cosas: en primer lugar que la figura del torero acusado de no torear y llenar las plazas es casi una constante histórica y, en segundo lugar, que gracias a que las plazas se llenan la fiesta puede existir para solaz de quienes critican -con todo su derecho- a los toreros que tienen truco -también con todo su derecho-. Ponerse delante de un morlaco de 500 kilos con un trapo en la mano y sobrevivir es un triunfo de la inteligencia y si, además, se hace con gracia, algo que bordea lo milagroso. En cuanto a lo de los trucos, habrá que replanteárselo: David Copperfield vive espléndidamente de ellos y está a punto de casarse con Claudia Schiffer.

En todo caso esta tarde en el coso de Aranjuez Jesulín no sólo es el único espada, es también el representante de todos los millones de ciudadanos a los que les encantan las damas por mas que de ese encantamiento les surjan innumerables problemas y, por supuesto, cotas irreproducibles de placer y goce.

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