Blair pide romper con el pasado obrerista para modernizar el laborismo británico
Nadie le entendió del todo el pasado martes. Cuando el líder laborista británico, Tony Blair, explicó ante los 4.000 delegados asistentes al congreso nacional del partido en Blackpool, su teoría de un partido moderno, basado en unos estatutos acordes con los tiempos que vivimos, nadie supo a que aludía. Pero más tarde, el vicepresidente del partido, John Prescott, reconoció a regañadientes que dicho cambio constitucional podría tener que ver con la su presión definitiva de la Cláusula 4. Es decir, la vieja señal de identidad obrera, una especie de hoz y martillo teórico, que Figura en cada carnet de afilia do laborista y en la que se alude al viejo lema de "la común pro piedad de los recursos productivos, distribución y cambio". Consciente de que tal supresión significa casi un sacrilegio para la vieja guardia del partido, Blair, prefirió transmitir la noticia de forma gradual y bastante confusa, pero ayer, saboreando aún el éxito rotundo de su discurso del martes -el mejor pronunciado por un líder laborista en los últimos 30 años, según algunos periódicos-, se atrevió a señalar que antes de Navidades estará listo un nuevo borrador constitucional del partido en el que no quedará huella del pasado, excepto una: el nombre, que no tiene pensado cambiarlo.Como los Diez Mandamientos
Pese a las reacciones virulentas del líder minero Arthur Scargill, que consideró el anuncio de Blair como una declaración de guerra, o las críticas del diputado izquierdista Tony Benn, para quien atentar contra tal cláusula es como eliminar los Diez Mandamientos, Blair manifestó ayer a los periodistas que está seguro de poder ganar esta batalla. Por sorprendente que parezca, otros dirigentes laboristas intentaron sin éxito modificar los principios teóricos que auspician una política de nacionalizaciones. Ni Neil Kinnock, ni el fallecido John Smith, pudieron con tal claúsula. Cierto que Smith prefirió dar la batalla en el terreno de la democracia interna y se dio por satisfecho con la introducción de la fórmula un hombre, un voto, frente al viejo estilo de un bloque, un voto. Pero ayer, los periódicos británicos recordaban cómo un predecesor de Blair, Hugh Gaitskell, resultó defenestrado por el ala izquierda del partido cuando intento arremeter contra la Cláusula 4, en 1959.
Desde luego, las cosas han cambiado notablemente y ahora Tony Blair, señalado por todos como el virtual nuevo primer ministro británico, tiene todas las posibilidades de ganar la batalla sin derramar demasiada sangre del partido. Aún así, la última palabra la tiene el Comité Ejecutivo -mayoritariamente integrado por modernizadores-, y, en última instancia, el congreso con sus votos. Muy probablemente, los cambios en los estatutos laboristas serán debatidos en un congreso extraordinario a convocar para primeros de 1995.
Frente a los que le acusan de intentar destruir el socialismo, Blair manifestó ayer que lejos de ello: "Sólo pretendo clarificar lo que significa hoy", y llevar a los laboristas al triunfo.
Prescott, el número dos, se empleó también a fondo durante toda la jornada, tratando de restaurar la fe de los -escasos- delegados nostálgicos. "El partido es el de siempre, su espíritu no va a cambiar", repitió Prescott en la televisión. Sin embargo, los principales líderes sindicales parecían cada vez más convencidos de que es necesaria alguna clase de cirugía estética para rejuvenecer el viejo rostro del laborismo. Se trata, sobre todo, de convencer a las clases medias de que el obrerismo ha quedado convenientemente mitigado, no sólo en el fondo -donde ya brillaba por su ausencia-, sino en las formas.
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