El FMI después de 50 años
El Fondo Monetario Internacional, según el autor, ha discurrido por cauces bien distintos de los previstos por los arquitectos de Bretton Woods
Siempre es difícil y arriesgado diseñar ex novo, con aspiración de permanencia, un entramado de instituciones delimitando con precisión sus funciones a partir de una proyección a plazo limitado del contexto económico y social en que dichas instituciones desenvolverán su actividad. Sin duda alguna, estas dificultades se acentúan aún más en un periodo como el de los últimos años de la II Guerra Mundial cuando hubo de realizarse el diseño del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del régimen monetario de Bretton Woods. No es sorprendente, por tanto, que la evolución de la economía mundial, así como el funcionamiento del proceso de ajuste de balanza de pagos y del propio FMI, discurrieran por cauces bien distintos de los previstos por los arquitectos de Bretton Woods.Se esperaban tiempos de estancamiento económico y se temía por igual la deflación y la proliferación de devaluaciones competitivas como mecanismos de ajuste del desequilibrio exterior. Se consideraba la balanza de pagos como un fenómeno dominado por el saldo de la balanza comercial, ya que los mercados de capital estaban poco integrados y, consecuentemente, los movimientos internacionales de capital eran relativamente pequeños y fácilmente controlables. Para evitar los riesgos de deflación y de recurrentes devaluaciones competitivas se concibió el FMI como una institución que contaría con recursos financieros suficientes y que supervisaría las circunstancias de cada país a fin de dirimir si procedía efectuar una devaluación o utilizar otros instrumentos de política económica.A diferencia del mundo implícito en esas previsiones, la devaluación se percibió rápidamente como un coste político que había que rehuir hasta que no cupiera otra alternativa y, cuando finalmente se decidía evaluar, dicha decisión se le imponía al FMI como un hecho consumado; las economías industrializadas, lejos de padecer un estancamiento, registraron un vigoroso crecimiento cuya persistencia generó expectativas de crecimiento significativas e interrumpidas de los salarios reales y fue desplazando la atención de los economistas hacia la creciente propensión a la inflación y las dificultades del ajuste macroeconómico cuando existía rigidez a la baja de los costes laborales en términos reales. Por otra parte, el impresionante crecimiento de los mercados internacionales de capital permitía financiar con facilidad los desequilibrios de balanza de pagos, dificultaba enormemente la automonía de las políticas económicas nacionales en un régimen de tipos de cambio fijo y se convertía en una amenaza para la viabilidad de dicho régimen cuando en los países cristalizara, como finalmente ocurrió, una fuerte rigidez a la baja de los salarios reales. El sistema monetario de Bretton Woods se configuro así como un re gimen de tipos de cambio esencial mente fijos, en que algunas de la mayores economías participantes soportaron crecientes distorsiones que impedían los ajustes de precios relativos, con la consiguiente acumulación de disparidades competitivas; un régimen de estas características era cada vez más vulnerable a los ataques especulativos que, efectivamente, terminaron por liquidarlo a comienzos de la década de los setenta.
Con la adopción generalizada de tipos de cambio flotantes y el consiguiente abandono de los compromisos de Bretton Woods en 1972, el FMI se vio desprovisto de las principales funciones que supuestamente justificaban su existencia. En efecto, los países no necesitaban ya pedir permiso al FMI para poder variar su tipo de cambio y los principales países industrializados, así como buena parte de los países en vías de desarrollo, tampoco necesitaban los préstamos del FMI para financiar el ajuste (o la perpetuación) de su desequilibrio exterior ya que podían acudir a los euromercados. Durante la década de los setenta, el FMI vagó a la búsqueda de una función organizando numerosas y vanas reuniones y comités para discutir proyectos de reforma del Sistema Monetario Internacional que nunca se instrumentaron. Por otro lado, la composición y equilibrio de poder dentro de la institución se había ido modificando para reflejar los profundos cambios políticos y económicos operados desde la II Guerra Mundial. Así, el FMI pasó de tener como miembros a los 42 países que ratificaron Bretton Woods, en su mayoría países desarrollados, a contar con más de 140 miembros cuando quiebra dicho sistema, en su mayoría países en vías de desarrollo. Los problemas económicos de los países industrializados no eran ya el objeto principal de preocupación del FMI que, por otra parte y a diferencia de lo que se suponía en el entramado institucional de Bretton Woods, nunca tuvo el poder para poder influir significativamente en la orientación de la política económica de dichos países. El hecho de que la mayoría de los nuevos miembros fueran países en vías de desarrollo alteró el centro de gravedad intelectual de la institución y le fue, dando un contenido que pudo sobrevivir al derrumbamiento de régimen de tipos de cambio fijos de Bretton Woods.
Que el FMI no desempeñara las funciones previstas en el acuerdo de Bretton Woods y que su existencia tuviera difícil justificación después de la quiebra de este sistema, no es incompatible con que la institución realizada actividades de considerable utilidad para los países miembros, sobre todo para los países menos desarrollados. Entre estas actividades se han de destacar las de información y asesoría realizadas en las periódicas consultas de países, los análisis de la economía mundial y del Sistema Monetario Internacional, la asistencia técnica a países sobre diversos aspectos de su sistema financiero y fiscal, y sobre todo las recomendaciones e impisiciones de política económica realizadas en el marco de los programas de estabilización y de ayuda financiera orientados y supervisados por la institución. Estas últimas actividades contienen, a mi juicio, los aspectos más creativos y útiles del Fondo Monetario Internacional.La discusión teórica y la experiencia acumulada con los programas de ajuste, primero en algunos países del sudeste asiático y de Latinoamérica y luego en los antiguos países comunistas, ha supuesto una clarificación definitiva de los enormes costes que supone para un país acumular distorsiones competitivas e ignorar la amenaza siempre latente de la restricción de balanza de pagos en la formulación de la política económica.
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