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Motoristas de salón

La quinta edición del Supercross de la Comunidad congregó a 20.000 espectadores en dos días

Vicente G. Olaya

Las motos voladoras atravesaron el cielo de Madrid el viernes y el sábado sin pisar la calle. En el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, 20.000 espectadores siguieron las pericias de los mejores pilotos del mundo de supercross. Motos a más de 10 metros de altura, pilotos sacados en camilla, música atronadora y escapes libres fueron parte del espectáculo.El supercross se diferencia del motocross en que se celebra en recintos cerrados para que los espectadores puedan ver el desarrollo completo de la prueba. Esta modalidad nació en Estados Unidos en los años setenta. Por eso, sus principales figuras son norteamericanas.

La cancha del Palacio de Deportes fue convertida el viernes y el sábado en una especie de pista forestal de montaña para. que en ella pudiese celebrarse el V Supercross de la Comunidad de Madrid. La longitud del improvisado circuito era de 400 metros Í con una anchura aproximada de seis metros. Se volcaron más de 2.000 metros cúbicos de tierra para cubrir la pista por completo,

Se empleó maquinaria pesada. Hicieron falta más de 150 viajes de camión. A ambos la dos del circuito se colocaron más de 700 balas de paja para reducir los daños corporales a los pilotos que se estrellasen contra ellas.

Todo el circuito era una sucesión de badenes, curvas cerradas y peraltes, colocados estratégicamente para realzar la espectacularidad de las pruebas. Los espectadores, la mayoría con una edad media de 30 años, intentaban seguir las ininteligibles explicaciones que se escuchaban por los altavoces: "Kraig. Estados Unidos. Holvoet. Olmedo. España. Número, 13. Moisés. Carreras". "No- entiendo nada de lo que dice" podían mejorar un poco la inegafonía", comentaba Paulino, un joven espectador que asistía por primera vez a una de estas pruebas.

"Pero, ¿aquí quién gana?", preguntaba su acompañante, Paloma, "Pues, el que llegue primero", le respondía el joven.

Doce pilotos, vestidos con llamativos monos deportivos y cascos de colores, se colocaron en la línea de salida. El público calló. Sólo se oía el ruido de los tubos de escape.Los altavoces decían: "¡Quince segundos! ¡Preparados! ¡Comienza!".

Silencio. Doce acelerones. Doce detonaciones. Doce pilotos intentando colocarse a la cabeza en la primera curva. Un motorista por los suelos. Gritos del público. Una motocicleta surca el cielo. La máquina salta a más de 10 metros de altura. El piloto no cae. Otro imita el salto. Aplausos. Gritos. "¿Te has fijado lo que han hecho? ¡No se han caído!", dijo Javier. Polvareda. Un par de motoristas caen al suelo, mientras otros se chocan contra las balas de paja. Llegan los camilleros. El público deja de mirar al líder. Las miradas buscan al herido. "Se lo llevan en camilla,", dicen. Aplausos. Las miradas vuelven al líder. "Pero, ¿ahora quién es el primero?". "Yo creo que el número tres", dice Paloma. " ¡Qué va! Es el cinco", replica Paulino. Los altavoces siguen: "Número. Kraig. Emoción. Kraig, Kraig".

¿Kraig? ¿Quién es ése?", preguntaba Paloma. "El tres, mujer. El mejor piloto del mundo", explicaba Paulino.

Mike Kraig, norteamericano, iba en cabeza. Ningún contricante conseguió alcanzarle. El público se dio cuenta.

Aprovechando un badén, volvió a planear con su moto y saludó al público, que se emocionó con- el gesto. Mike Kraig, campeón. del mundo de supercross, ganó la prueba.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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