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'MTM', Madrid teatro del mundo

La calle de Preciados es un escenario multidisciplinar y peripatético en el que público y actores se confunden en una representación no por cotidiana menos fascinante. Como unos años antes hicieran los histriónicos y provocadores juglares de La Cubana, otro grupo catalán, La Fura dels Baus, desembarcó hace unos días en Preciados, esta vez con un macabro cargamento de ataúdes con bicho dentro, para pasmo, escarnio, escándalo, befa y mofa de viandantes y desocupados. Lo de menos es el sentido simbólico y reivindicativo de la representación, el auténtico es pectáculo se multiplica y se dispersa en las espontáneas intervenciones, en los chuscos e improvisados parlamentos de los actores invitados que ensayan sus monólogos. Tuvieron los madrileños, y aún conservan aunque malamente, fama de graciosos, personajes de comedia bien dotados para la farsa, hijos de Babilonia a los que la historia adjudicó su papel de comparsas de espectáculo permanente, figurantes de guardia en tabernas y mentideros, casi obligados a incorporar públicamente los tópicos esenciales de un casticismo inventado en sainetes y zarzuelas.Ante los insólitos féretros de La Fura, algunos madrileños han tenido oportunidad de improvisar sus lapidarios epitafios, de acuñar ante una audiencia cómplice sus ocurrencias sin llegar a perturbar la impasibilidad de los aprovechados aprendices de fiambre. En este lúdico velatorio cada cual ha echado su cuarto a espadas, hay quien ha visto en ellos los cadáveres incorruptos de corruptísimos próceres de la economía o la gendarmería y quien ha echado su responso por los muertos de Ruanda o Bosnia. Los hay que han ensayado su discurso fúnebre sobre los que no tienen donde caerse muertos y los que han identificado como víctimas del terrorismo a los actores en vueltos en papel de periódico. Los más desconfiados han escurrido el bulto para no ser cómplices de un montaje publicitario y los más supersticiosos han huido haciendo la higa y persignándose.

Las siglas MTM, así se llama el montaje promocionado de forma tan macabra, podrían corresponder, al margen de la retahíla de interpretaciones sugeridas por el grupo, a enunciados como: Madrid todos muertos, Madrid tiene morbo, Madrid territorio mohicano o Madrid teme a Matanzo.

Polivalente y abierto a todas las interpretaciones, el happening de La Fura dels Baus se ha inscrito impecablemente en la dramaturgia coral de la calle de Preciados, ágora y zoco, retablo de miserias y maravillas urbanas, donde por mucho que se empeñen, y se empeñan, nuestros celosos munícipes se seguirán dando cita músicos y vendedores ambulantes, tomadores del dos de agilísimos dedos, trileros y malabaristas, mimos, charlatanes y sacamuelas en dura pugna por hacerse con la calderilla, cuando no con la cartera de los paseantes, todos compitiendo con las fabulosas ofertas y los llamativos reclamos de los escaparates que saldan cultura o menaje de cocina, libros o bragas de colores.

De Sol a Callao, la calle de Preciados es un muestrario animado y variopinto, un zoo humano donde se exhiben en libertad vigilada y provisional los más curiosos y disparatados especímenes de la fauna autóctona e importada. Alrededor de los tingladillos y tenderetes que con profusión ilustran su trazado los ciudadanos recuperan la vieja y saludable tradición de dialogar entre sí sin haber sido presentados, de comunicarse al margen del protocolo instigados por las múltiples provocaciones que encuentran a su paso. Los corrillos se hacen y se deshacen a su aire, cada voz encuentra su eco, cada pronunciamiento sirve para iniciar un mínimo y apasionado debate. En Preciados resurge diariamente el espíritu, el genio burlón, híbrido de entusiasmo y escepticismo, de un pueblo que se resiste a perder su identidad mestiza, que gusta de la promiscuidad y del barullo. La Fura dels Baus no podía haber elegido un escenario más vivo para ironizar sobre la muerte de la cultura.

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